martes, 7 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta del revuelto de verduras



No te olvides de apagar el fuego al acabar de cocinar el plato de verduras y de comértelo caliente, el plato, mi amor, no el fuego. El fuego, ese fuego nuestro, déjalo encendido para después de cenar, así, cuando llegue a las tantas de la madrugada del trabajo, con los pies hinchados y la cara de derrota, como siempre, te procuraré cálido en la cama y mi cuerpo sentirá que nada le falta.

Pero la cena a fuego manso, a ese fuego que, como el nuestro, mezcla todos los sabores hasta que sólo permanecen esencias profundas, y no me vengas con que no te gustan las acelgas, los puerros, los tomates, las cebollas? sólo tienes que prepararlos con cariño aunque sea comida de pobres y de tierra que nos regresa a la lama. Los lavas bien, los troceas, haces un sofrito con aceite de oliva y los vas metiendo poco a poco en la sartén con un vaso de agua, el agua que nos purifica y que nos salva de los naufragios del resto del día, el agua roja de los besos con pan enmohecido que guardo dentro de las noches en las que llego con olor a bar, a tabaco, a copas, a grifos y estruendos de televisión, impregnada de toda esa humedad de la que necesito cobijarme por ser en exceso agresiva. Y después el fuego, ese fuego de desear arder y de liberar la piel en tu piel donde todos los sabores se intensifican. Acuérdate de apagarlo, el otro fuego, digo, quince o veinte minutos después de que hiervan las verduras tristes pero deja la ilusión intacta para cuando yo llegue y me meta aterida a tu lado en la cama. Hoy no querré que me hables de lo difícil que resulta encontrar un nuevo empleo, de esos problemas que desde hace tanto nos trastornan y te gritan en las narices no, no, no, mientras el tiempo, nuestro tiempo se evapora, compañero, como humus vegetal, sin rumbo ni camino. Hoy sólo quisiera el hablar de tus manos callosas y aquellos besos fuertes de antaño, háblame del hombre que te hierve por dentro, del hombre que te nace, como verduras en éxtasis, háblame en silencio, al oido, mi amor, dime, dime que es mentira que la muerte se te apareció en una carretera cualquiera mientras cruzabas, dime que vas a estar cuando yo llegue a casa, que vas a estar, caliente y feliz, esperándome, después de cenar, aún con ese fuego visceral en la mirada.

Carlota H. V.

(Beatriz Dacosta. Carta finalista del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor)
lunes, 6 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta del sueño prometido



El otoño intenta emular ingenuamente a la primavera en las noches de luna llena del sur, pero sus pasos de vidrio lo delatan cuando se disfraza de lluvia. Pasa el tiempo sin pasar como si dependiera de un reloj de arena infinitamente lento. Tras los cristales se oye la respiración del viento que llama a mi ventana. En los llanos duerme el polvo hecho barro por la lluvia como huesos de siglos molidos entre las vastas ruinas de la tarde. Mientras tanto en un recoveco del día en el que mi sombra y yo solemos escondernos, voy a la deriva, al encuentro de mí misma en el mar borroso de tu recuerdo...
He encendido una vela blanca en honor a ti, para hacer más íntimo el ritual de enviarte mis pensamientos en un sobre etéreo. Y a medida que sigo escribiendo, siento como tu presencia se hace más cercana.
Puedo verte en tu habitación, una habitación como en la que estoy yo ahora, desde donde te escribo, en cualquier otra parte del mundo...a solas, leyendo mi carta virtual. Hoy te echo especialmente de menos.
Puedo cerrar los ojos y sentir que estás ahí . Puedo ya rozar tu cuello con mis labios...oler tu ropa y tus manos, suaves como una caricia misma, deslizándose por mi espalda...mi cintura...mis caderas. Iniciar el descenso vertiginoso y la escalada atropellada por mis piernas...Y así vamos creando un festín para dos cuerpos a solas.
En la inmensidad de la noche esculpimos un dios instantáneo y tallamos el vértigo por la anatomía sinuosa del otro...Puedo sentir tu aliento y tus labios húmedos en mi cuello. Tus dedos enredados en mi pelo. Puedo notar cómo te estremeces, mientras te aferras a mis muñecas y nuestras manos se unen como si tuvieran miedo a separarse de nuevo. Puedo sentir como tus pulsaciones se aceleran mientras te miro a los ojos con una sonrisa de complicidad, para ver la expresión de tu cara cuando se excita cada centímetro cuadrado de tu piel. Cierro los ojos para sentirte plenamente y oigo las palabras que murmuras en este estado de obnubilación al que llegas...al que llegamos.
Puedo sentir como juntos derrumbamos muros ocultos, viejos pesos muertos que arrastramos desde hace tiempo. Puedo contemplar cómo exhaustos de placer y húmedos de deseo, nos fundimos en un abrazo infinito, y dos cuerpos se convierten en un todo en mitad de la noche –tantas veces necesité esos abrazos...-.Y ninguno de los dos quiere decir nada para no romper ese silencio que lo dice todo...
Sin lugar a dudas el alma existe porque hoy que no estás aquí, siento que me duele...

(La Dama)
sábado, 4 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta de Desamor



Querido Alfredo:

(¿Me está permitido decirte querido?)
Recibí tu carta esta mañana, cuando apenas me levantaba, y me marcó el día.
Salí a caminar, recorrí los lugares que caminamos juntos, abrazados. Claro, lo primero fue salir a la calle, y pisar el lugar en donde nos besábamos al acompañarme hasta la casa, y en donde ideamos delicias secretas que la gente al pasar no estaba seguras de ver, gracias a los muchachos que rompieron el farol de alumbrado.
No es fácil ubicarse con el recuerdo y los sentimientos en ese lugar, con la decisión que has tomado. Recuerdo cada una de nuestras caricias, recuerdo como brotaba tu excitación cuando mi pierna se cobijaba entre las tuyas, como mi lengua parecía perderse en tu boca, era una mariposita aleteando en busca de néctar.
Debo ahora enterrar las sensaciones: el vello erizado, los dos botones endurecidos en mi pecho con tus caricias, el calor en las mejillas, el cosquilleo que brotaba en lo más íntimo de mi cuerpo.
No entiendo lo que pasó. Ibas a tomar tu curso y regresar, resolvimos que íbamos a seguir como estábamos, que lo nuestro merecía continuar... tu prometiste escribirme casi a diario un mail, lo cual cumpliste en principio y comenzaste a espaciar.
No se me ocurrió que podía ser todo simplemente una situación que se da entre un hombre y una mujer, y que luego se disipa como tormenta, dejando desorden y desapareciendo.
Que estés con otra mujer en una relación estable no me parece creíble, porque estabas conmigo en una relación estable, o sea que no puedo, no quiero entender qué es para ti una relación estable, si el paso que íbamos a tomar al regresar tú era irnos a vivir juntos.
Me lo cuentas por carta. Has cerrado entonces la posibilidad de vernos, supongo, y habrás pensado que la ocasión ameritaba una carta y no un mail. No sé lo que pensaste, a esta altura de la historia no sé que pensar.
Acostarme amándote y siendo (o creyendo ser) amada por ti, para en la mañana despertar a una nueva relación entre los dos o una no-relación.
No voy a recriminarte nada, supongo que nadie está exento de dañar a alguien, consciente o inconscientemente: Sólo espero que no te equivoques, porque habrías destruído a dos personas.
Supongo que pese al dolor, raramente, me doy cuenta de mi amor por ti, que tardará en anestesiarse y seguro quedará como una cicatriz que me recodará de tiempo en tiempo (como las físicas los días que está malo el clima) lo que pasó.
Sigamos adelante con nuestras vidas, cada uno por su camino...
Te quiere
Lucía
(De la web: Carta de Amor)

Carta a ti(mi) misma:



Hola.
Soy tu alma gemela. Bueno, no exactamente. Soy tú, la que ves cuando te miras en los espejos. Hasta ahora siempre he permanecido callada, imitándote los movimientos al milímetro. Tengo muy dominada la técnica y cada vez me resulta más fácil, excepto cuando cierras los ojos, claro, que entonces no me ves y me permito tomarme ciertas licencias. Por cierto, lo haces mucho, muchísimo. A cerrar los ojos, me refiero. Conociéndote sé que entras en una especie de viaje astral, en el que tratas de abstraerte de todo aquello que no te gusta del mundo en el que vives, que es justo el inverso al mío.
Soy tú. Sí, ya sabes, esa silueta que la gente ve algunas noches de luna llena dando vueltas por la ciudad. Te gusta imaginar que tu vida se compone de una secuencia de video-clips y te deslizas con movimientos suaves, acompasados, como si siguieras el ritmo del preludio de Thriller y en cualquier momento fuera a parecer Michael Jackson con una corte de zoombies, para ser tu partenaire. Son inconfundibles tus pasitos cortos y ágiles, como si caminases por el agua. Soy tu otro yo, la de la mirada perdida en otros mundos y la media sonrisa, que se torna en mueca o mohín, según los atardeceres que acuden a tu ventana.
Soy la actriz de esa película que recuerdas en sepia, con cigarrillo al borde de los labios -como si estuviera a punto del suicidio arrojándose desde ellos- con la ceja arqueada bajo el sombrero de medio lado. Soy la mujer que reparte saludos, pero malvive huérfana de abrazos. Soy esa ingenua que cree que el amor mueve el mundo desde que tiene uso de razón. Esa que adquirió la cordura de golpe, tras casi perder la vida o ganarla –según se mire- una mañana de febrero.
Soy esa que camina descalza por la playa a finales de noviembre. La que habla con el mar desde los acantilados en los que se derrumba la ciudad en sombras. Soy la que acaricia a los perros abandonados y adopta a las almas sin dueño. Soy –eres- la que se enamoró por primera vez a los diez años y la que dio su primer beso a los dieciséis bajo una lluvia de fuegos artificiales y desde entonces no ha dejado de darlos. Besar resulta a veces pernicioso para la salud cardiaca. Besar es un vicio. Una vez que empiezas no dejas de hacerlo nunca, porque tus labios ya no te pertenecen y no responden a un orden natural, sino a un impulso.
Soy la que rompió unos cuantos corazones equivocados. Soy la que lloraba por amor o por algo que se le parecía mucho –y dicen que de amor ya nadie muere…tengo mis dudas-.Soy la que perdió algún que otro tren y acabó cogiendo el primer coche que le paró haciendo autostop. Soy la que vio trescientos amaneceres seguidos sin dormir y luego durmió quinientas noches, hasta que la despertó un príncipe azul que tenía demasiada prisa –un profesional del beso anti-encantamientos- que se marchó a besar a otras princesas hechizadas.
Soy la que perdió muchas cosas en este camino, pero ganó (ganaste) más. Conocí gente que creí que estaría conmigo toda la vida, que pronto desapareció y ahora se comporta como desconocida cuando nos cruzamos en la calle. Todos se llevaron algo de mí (de ti) y me dejaron (te dejaron) algo suyo. Me quedo con eso y con el recuerdo.
Soy la que conoció a otros pensando en que no me dejarían huella y siguen aquí, a mi lado. Puedo decir que reí mucho y lloré más. Lloré por dolor, por amor, por miedo, por alegría, por despedidas, por muertes, por nada…porque desahoga, porque humaniza, porque ennoblece, porque no pude evitarlo…Soy –eres- la que suele hablar a destiempo y eso me costó alguna amistad. Comprendí que a veces la verdad no siempre es el mejor camino, o al menos, no el más fácil. A veces invento verdades a medias. Creo que no hago mal a nadie. La vida es un puñado de verdades a medias que te ayudan a sobrevivir hasta que descubres la realidad.
No suelo (no sueles) enfadarme y me quejo poco. Creo que tengo muchas cosas. La mayoría son pequeñas e invisibles. Son las que me hacen más feliz.
Soy la que escribió muchas cartas en papel, que fueron contestadas por otras tantas que aún conservo. Son el testimonio de un pasado que recuerdo con nostalgia, pero sin ganas de volver a vivirlo. No echo de menos a la que fui, porque a pesar del paso del tiempo, sigo reconociéndome en los espejos y eso me gusta.
Querida amiga yo, pase lo que pase, no olvides seguir siendo tú (…guiño al espejo…).

(La Dama)
miércoles, 1 de octubre de 2008 | By: Abril

Carta que nunca envié

Hola.
Hay una porción de líneas exageradas en cada retazo de recuerdo, (de tu recuerdo), y en cada noche de ambiguedad y de pájaros que logran que las lágrimas se me desbaraten entre los dedos.Las horas y su vástago el día, son meros formalismos que no sabrías apreciar, acaso yo no te dejaría... y en esta confusión que no alcanza a ser siquiera caos, conato de desorden, fragmentos, esbozos, réplicas, pretendo encontrar alguna pequeña forma de tí que ya se me escapa.No puedo dibujar tu rostro en ninguna parte de mí, ya no lo recuerdo, ya no percibo el espacio mínimo de tus ojos, la absurdidad de tus labios finos como puñales, y al igual que ellos, filósos y álgidos; tu talle breve en la inconmensurable noche, la demencia de tu cabello y su bruma saturnina. Es fácil describirlo usando el mero formalismo, pero está vacío de esa forma que hace al símbolo palpable.Lo he perdido acaso para siempre.
¿Cómo no extrañar? Quizás no la cara de una persona, quizás ni tan siquiera a una persona, pero hay actitudes que no se pueden obviar, que quedan guardadas en algún lugar con esa prepotencia tan indeleble como piel y alma.Tal vez no lo entiendas y no sea esta tu manera de ver las cosas, acaso te moleste mi actitud pedante de organizar un sacrificio de recuerdos, de programarlos para luego archivarlos definitivamente en una hoguera hasta que el vino y una mesa de amigos propongan el encuentro de aquellas innumerables hojas amarillas y ajadas.Pero es hojarasca falaz que la imaginación arropa con un poco de orgullo y otro tanto de vanidad, y así mismo es dificil hacerle frente a ese monstruo que dormita herido, presto a despertar y desgarrarnos una vez más con su garra tan suave.Es probable que tú tambien debas pelear a veces con algún monstruo que lleve algo de mis pieles y algún rasgo de mi máscara, me resulta enojoso precisarlo, te resultará fácil desmentirlo, y es algo que nunca sabremos.Me está vedado, por el momento, poner la realidad en una palestra y darle sus verdaderos colores, eso es algo que pertenece tan sólo a mi nostalgia y allí quedarán hasta que afloren alguna vez, o estallen un instante para luego morir.Ya lo ves, me he puesto horrorosamente nostálgico, mi parte dialéctica me exigirá explicaciones una vez que acabe de burilar el último símbolo.