lunes, 28 de febrero de 2011 | By: Abril

Instrucciones para el olvido


Madrid, siempre es incómodo, siempre es triste verte pasar frente al ventanal, cuando estoy dentro mordiendo papel y carbón, destruyendo cada poema que te escribí, reescribiendo tu incoherencia con las migajas del pan, haciendo un silencio con mi índice adentrado en el agua esparcida en la mesa. He intentando enterrar el cadáver que dejaron tus zapatos sobre mis manos después de cargarte, esos zapaticos de muñeca de porcelana, pequeñitos, tan tuyos, tanto color y algarabía concentrada en tus pies. Quizá ellos sean los únicos culpables de buscarte y empezar a seguirte, de creerme la teoría de “encuentro casual” en pasillo, esquina o escalera, cuando adentros me grito su falsedad que es también la mía. Hoy comprendo que los intentos son un simple engaño, una palabra que habla de medias tintas, verdades inconclusas que no terminan siendo legibles, porque a fin de cuentas nunca intenté alejarme, quizá ese siempre fue el estado natural.
Sé que soy un hombre que no ha logrado decirte todo respetando la cohesión y coherencia de la gramática, que me pierdo en el discurso y no sigo el gran ejemplo retórico de Bolívar, más que nada he olvidado el uso del punto y aparte. Mirándote e irrumpiendo con mis manos tu rostro, secando las goticas que siempre se quedan ahí en la comisura de frente y cabello cuando pasamos bajo el cedro, me he sentido tu pintor, el único capaz de rehacerte.
Madrid, sólo he sido puntos suspensivos, botones en el vestido, conocimiento de saberse loco y esconderse en la calle, tú mi reportera y yo la noticia cuando ya no había novedad y hasta nosotros dejamos de sintonizarnos. Abrazos de los que aún no me recupero, por quienes deliré, los llevé a Rayos X, fue el proceso más largo de desintoxicación; busco, créeme que busco la pócima, la salida, el boleto ida y vuelta para abandonar la estación.
He sabido memorizarte, rezar tu cédula, enfermedades, presentir los escalofríos ligeros, callar los enojos para terminar mordiéndote las lágrimas sentado junto a ti en cualquier rincón, mientras te deshojo del dolor poco a poco con esos lugares comunes de “todo va a estar bien”, discúlpame por las caminatas de cinco cuadras donde le daba la espalda al mundo sólo para mirarte, por quedarme callado tanto rato, a veces no podía hablar porque en mi todo era duda, niebla, un tiempo donde me faltaba independencia, cuando la hora la levantabas tú y el segundo lo trabajaba yo, haciéndome la vista gorda cuando todo me barría contigo. Ahora te revelo la respuesta que buscabas, sí, eras la de otros nombres, fuiste epígrafe, dedicatoria, inauguración, pero tenía que llegar este día para asimilar que contigo no se baja mi Santa María, que en definitiva el mayor apego le pertenece a mamá y ando solo por la calle.
Dejé de ser Esteban para llamarme Madrid, a ver si así te comprendía, si lograba dar con la ecuación de pertenencia, si contrarrestaba el juego que iniciabas donde siempre terminábamos correteando y riéndonos de la nada, de una burla al moralismo de Kant. Lo cierto es que me perdí, dejé de sentirme porque todo era bulla, gente y ese nombre tuyo caía por los lados, rebotaba en mi almohada y se encendía jugando a saludar tu nariz como lo hiciese Pepeto con Pinocho; entonces fundé una filosofía de ti y todo podía ser relativo a los sentidos, desde ahí comenzaría la dialéctica madrileña, el negarte o no.
Esos los recuerdo como días de ceguera, el único colirio efectivo es la voluntad. Me uní a la cofradía “Almas en pena” cuando realmente quería reír de alguna mariquera de los carajos de “Hueles a piña madura”, me hice víctima frente a un pelotón de soldados elegidos por mí, hoy sé que eran sólo miedo, hoy recupero la libertad.
Madrid, el amor es un descubrimiento, es tan difícil de desenredar como tus trenzas disparejas por las que casi caes. Me acostumbré a conjugar verbos contigo, olvidándome del sentir, del ideal, del olor que es verdad respirable, de elegir dónde y con quién quería estar, porque muchas veces no llega a la boca lo que la esencia reclama y soy muy necio.
Por ahí muchos dicen que hay personas que no se olvidan, desde hoy entras en ese grupo, pienso que en este tiempo fuimos cómplices de la continuidad, de alguna mala traducción de un poema, las instrucciones para mascar chicle o la locura irrefrenable de los dos.
Mi agradecimiento, una metáfora por abrazo y la palabra por despedida,
Esteban Duran

(Carmen Chazzin)

El último poema del mundo


Para: la ciencia
De: un simple humanista

Me he tomado la molestia de redactarte esta carta que quizás no leas. De seguro estás muy ocupada coleccionando dinosaurios, inventando nuevas armas letales porque las actuales no te gustan o visitando otros planetas mientras el nuestro se desmorona.

No soy estúpido, sé que no me tomarás en serio pero mientras sigas leyendo estas líneas, harás feliz al mundo con el simple hecho de no estar haciendo nada. Dejando las cosas así como están por unos minutos, muy pocos minutos… pero haciendo feliz.

No sé si te lo habían dicho pero soy bachiller en ciencias y estoy totalmente arrepentido porque siento que no me ha servido de nada la niñez ni adolescencia en mis andanzas por primaria y secundaria, la cual, hasta hoy, he dedicado a la lectura de tus escritores y tus fuentes porque así dicta la ley del estudiante. Y aunque a veces tiendo a rozar la exageración, te diré que, hasta hoy, de nada me ha servido la vida. Donde cada libro o enciclopedia, cada tesis, ni siquiera las teorías, han valido la pena porque mi verdadero problema, hoy por hoy, es el amor… y a mí nadie me enseñó de eso.

Por lo que tengo entendido, el amor es eso a lo que aun no has podido darle una certera definición en tu aburrido diccionario. Empezando con que “amor” no es una palabra; es eso que no sabemos y que no queremos saber porque se perdería la magia. Amor es una pregunta a la cual no queremos encontrarle respuesta, motivos o porqués pero por alguna razón se lo buscamos. El amor es eso que el cobarde grita al mundo y que el valiente calla. Porque hay que tenerlos bien puestos para poder silenciar una fuerza como ésa.

Ojalá en el mundo habitaran más respuestas que preguntas para que tuvieses un tiempo libre, al menos unas tres horas por semana y te fijaras en nosotros. Sí, no estoy solo, hay millones como yo. Sé que han muerto grandes hombres en el nombre de la ciencia, pero cada día mueren miles por amor y ésta es una muerte constante, más seguida. Una muerte que los noticiarios deberían tomar en serio. Por ejemplo: mi cartero muere semanalmente porque no se ha atrevido a hablarle a mi vecina e irónicamente ella se muere porque el cartero no le habla. Ahí está María, se murió el lunes y quizás mañana en la mañana también muera porque intencionalmente rompió una tubería tan sólo para ver a Jaime, el plomero. Mi jefe que se muere a diario por la secretaria. También estoy yo, que he muerto un par de veces por besarla y ni te imaginas cómo morí cuando tuve que alejarme de ella para perseguir un sueño y me quedé solo.

El amante no le tiene miedo a morir porque ése es su trabajo. No hay guantes, no hay lentes protectores ni un ratón que haga el trabajo difícil por ti. De este lado cada quien experimenta. No hay reglas ni normas de seguridad, no hay barreras protectoras. Aquí el golpe se recibe en seco y muchas veces no hay aviso.

Tú seguramente ni siquiera puedas explicarte cómo Beethoven, siendo sordo, pudo tocar el piano de esa manera. Es que la música no hay que oírla, sólo sentirla y dejarse llevar. Probablemente tu objetividad obligatoria no permite que puedas expresarte como quisieras y hasta una que otra vez no todo lo que descubres lo puedes decir. Fíjate. Ya tenemos algo en común: hay sentimientos prohibidos que sería de locos revelarlos.

Comparando: tú has viajado al espacio y yo me lo imagino. Tú estudias la historia, yo la olvido. Tú asimilas el presente, yo lo vivo. Tú buscas el futuro y yo lo espero. Esperar como quien espera su comida mientras se toma una copa de vino, platicándole al espejo que no está seguro si tiene hambre o simples ganas de comer.

En fin, si la tecnología sigue evolucionando a este ritmo, en muy poco tiempo se acabará la poesía. Por lo menos yo no le consigo belleza a esas piezas de metal sin alma que facilitan los trabajos del hombre. Ciencia, no pido que te detengas porque tú también tienes derecho a luchar por lo que quieres. Me sentiría similar a ti si te evitara el sueño y no soy nadie para hacerlo. Una última cosa, si llega el día en que desaparezca el último poeta de la tierra, no inventes una máquina que nos sustituya. Déjanos morir y ten en cuenta que sólo tú tendrías la culpa… por eso te pido que no vayas tan rápido.

Por favor. Hazme caso y piensa bien, asesino de poetas, porque si me hiciste perder el tiempo escribiéndote esta carta, pude haber utilizado el tiempo y estas mismas hojas para escribir el último poema del mundo.

(Angel José Rodríguez)
sábado, 26 de febrero de 2011 | By: Abril

La cafetera

Querida Milagros, te escribo esta carta para confesarte algo que soy incapaz de decirte mirándote a los ojos. He sido un cobarde y todo lo que he hecho, a tú lado, responde a una mentira. Una mentira que, en realidad, son muchas, puesto que donde hay una suele haber más, para justificar lo que no tiene perdón.

Milagros: estoy casado. Sí, ya sé que te dije que no tenía ningún compromiso; ya sé que te prometí amor, hijos y una vida en común; ya sé que he utilizado ese “nosotros” que suele a acompañar a un proyecto futuro con frecuencia. Lo sé todo. Pero no lo he podido evitar. Me gustaste y te quise para mi. Aunque sólo fuera por un rato. O para pasar el rato.

Hace menos de un año volviste a aparecer. Llevaba sin verte desde lo tiempos del colegio. No te parecías en nada a la niña que fuiste pero me volviste a apetecer como cuando, pupitre con pupitre, me soplabas los exámenes. Mantenías ese aroma que me hizo recordar una etapa feliz de mi vida. Te vi, te reconocí y, de pronto, tú sonrisa hizo que me sintiera mejor. Logró que me olvidara del tedio de mis días, de todos los compromisos: hijos, mujer, trabajo...Los problemas se esfumaban en tus brazos pecosos y cálidos. Me encantaba jugar a ser libre, a imaginar una nueva vida. Veía en tus ojos la ilusión que yo había perdido y la energía que nunca tuve.

No te amaba, Milagros, no. Nunca te he amado. Te mentí para acostarme contigo. Y te volví a mentir porque me gustaba que me quisieras, me gustaba que me admiraras. Luego, ya no pude dar marcha atrás.

Desde entonces ha pasado un año. Hoy has aparecido a la salida de mi trabajo con una sorpresa. Un regalo por nuestro primer aniversario. Era una cafetera. Una cafetera normal y corriente. Y has dicho: “Para cuando tengamos nuestra casa. Mi madre siempre decía que es lo primero que hay que comprar para que una casa sea casa”.

En ese momento me he dado cuenta de que no podía seguir alimentando esta situación. Milagros: no vamos a vivir juntos, tampoco tendremos una niña con pecas en los brazos, ni un gato rojo de maullido ronco. ¿Por qué? Porque nada de lo que he dicho es verdad. Porque todo eso -casa, mujer, hijos e, incluso, cafetera- ya lo tengo y deseo conservarlo.

Esto es todo. No puedo decir más. Ni siquiera puedo pedir perdón porque todo lo que he hecho es imperdonable.

A veces, la verdad, es mucho peor que la mentira.

Alejandro

(Ayanta Barilli)

Exilio sentimental


Querido Alberto:

No hago más que darle vueltas a lo nuestro, porque de un tiempo a esta parte he notado que no tienes tiempo para mí. Tu trabajo y tu otra vida te ocupan demasiado. No quiero pedirte lo que no tienes y lo que no me puedes dar, porque no puedo pedirte nada y siempre he vivido siendo consciente de ello. Pero si no puedes darme nada tampoco me veo capaz de seguir con esto. Nos queremos ambos, estoy casi segura de que sentimos lo mismo y de la misma forma, pero este amor empieza a hacernos ya daño. No puedo pensar que lo nuestro se limite a seguir enviándonos correos bonitos y a planificar citas que no llegan. Todo parece ser muy difícil para que nos veamos en las últimas semanas y no puedo seguir viviendo con esta angustia de sueños rotos.
Tienes una vida demasiado ocupada. Y yo me voy quedando en un rincón cada vez más pequeño de tu memoria. A veces noto cómo me cuesta respirar. Y siendo tal vez un poco egoísta…ya no me conformo con que de vez en cuando me cojas el teléfono o me mandes un e-mail rápido diciendo que me quieres con el alma de una forma que empieza a parecerme hueca, vacía…
Tal vez, ahora que me voy empieces a saber de verdad lo que me has querido y lo que puedes llegar a echarme de menos. Tal vez intentes buscarme, pero te anticipo que todo será ya inútil. Nunca ha habido dos oportunidades para el mismo amor en mi vida. Nunca vuelvo a mirar los renglones escritos en el pasado…el amor se agota y a veces no, pero en ocasiones, es necesario sacrificarlo para seguir viviendo y salir adelante. Y yo necesito liberarme ahora de ti y de tus pensamientos porque ya me he cansado de no tener espacio en tu vida. De no ser lo suficientemente importante para ti como para que me dediques más tiempo…Cuando te hagas demasiado mayor para intentar arreglar las cosas te darás cuenta de que todo es pasajero y casi nada es imprescindible, salvo disfrutar del tiempo que tenemos siendo felices junto a la persona que queremos…Si esa persona no soy yo, permíteme ya que me retire del juego y le deje paso a la que está por venir…

Sinceramente tuya:

Magdalena.

(La Dama)

Tinta indeleble


Lamentablemente comprendo el por qué de tu odio a juro y tus esporádicos ataques contra mí. Necesitas respuestas.

Necesitas respuestas y necesitas exorcizarte de mi recuerdo. No puedo reclamarte nada.

El amor es una de las experiencias más gratas y plenas de la vida. En él se viven situaciones que no se podrían experimentar de otro modo; nuestro espacio de vida y nuestra propia soledad se convierten en espacios compartidos, donde se le adjudica a esa persona que amas una visa de paso libre por tu alma, tu mente y tu cuerpo. Cuando el amor es verdadero las huellas de ese tránsito se marcan con tinta indeleble y esas huellas no son sólo recuerdos, sino también aprendizajes. Estas lecciones tienen su precio, y en algunas ocasiones se pagan con dolor, sufrimiento y sacrificio. Por eso, el amor también es dolor y sufrimiento, es muchas veces sacrificio.

Absolutamente todas las cosas que vivimos, en mí se han marcado con tinta indeleble. No he pretendido ni un segundo suprimir alguna de esas huellas. Contigo aprendí lecciones que no pudiera haberme enseñado nadie más, y en ese caso también fuiste mi maestra. Dolorosamente nuestros caminos tomaron rumbos diferentes, y decir adiós fue una decisión compartida; porque se estaban deteriorando las cosas bellas, las risas, el respeto, la comunicación y el buen trato; la tristeza estaba invadiendo nuestras almas. Despedirnos antes de hacernos un daño irreparable es una de esas tantas cosas por la cual, el resto de mi vida puedo sentirme orgulloso de haber compartido contigo un trecho del camino.

Y así como conmigo te tocó por vez primera aprender del amor, también con esta despedida te tocó aprender del sufrimiento de una pérdida. Eso no es culpa de nadie, es parte de la vida misma que nos enseña a través de lo dulce y lo amargo. Pero hay lecciones más difíciles de aprender, y también quienes no pueden ver lo positivo de una crisis o la lección oculta detrás del dolor. Y mi intención ha sido guiar esta situación hasta donde nuestras almas puedan llevarse de ella lo mejor, aún reconociendo que me he equivocado en muchas cosas. Por mi parte me llevo la alegría, y me libero del dolor que es lastre, para que no pese en mi corazón. Pero el rencor que has decidido sentir sólo va a terminar por intoxicarte, perdiendo eso hermoso que viviste; va a terminar envenenando ese corazón puro que tanto estimo y admiro, ese del que me enamoré, al buscar un culpable de tu dolor a quien odiar.

No puedo decir que me haya negado a conocer gente nueva, ni que no halla salido con alguien, porque estando solo puedo permitirme hacerlo sin más explicaciones. Sin embargo noto que quieres colgarte de cualquier excusa para romper el hilo que nos mantiene unidos, y ese vinculo quizá comprendas con el tiempo que a veces nunca se rompe, sólo se estira; porque cuando se comparte tanto como nosotros compartimos, el vínculo se hace tan estrecho que parece que no existiera, parece que dos son uno. Y debo decirte que también yo me siento incompleto y triste, pero eso no significa que deba dejar de seguir adelante. Y si de algo te sirve saberlo, no busco amor, ni pretendo sustituirte con nadie, porque sinceramente pienso que eres irreemplazable. Cada quien da lugar a su luto como prefiera.

Sin embargo, cometí un error terrible al buscar y dejar que pasáramos esos días juntos, porque sabía cuál sería el resultado de eso. Sabía que terminaríamos por hacernos daño, y estoy consciente que lo peor para ti no fueron esas cosas que vivimos, sino mi silencio. Y la respuesta a mi silencio es muy sencilla, no tenía algo que decir. También como para ti fue una prueba para mí, para mí corazón; y ese corazón estaba como un observador, viviendo en silencio; en silencio, porque no tenía preguntas ni respuestas.

Quieres creer algunas malas cosas de mí porque eso te facilita el trabajo de olvidarte de todo, porque la decepción es un puente corto al desamor. Y no puedo decir que soy todo virtudes y bondades, porque reconozco que soy humano y defectuoso, y estando consciente de ello no he tratado de esconder esos defectos, los he asumido y me he hecho responsable de mis errores. Pero de ahí a tolerar que se invente y se exagere de manera inquisitiva, hay un trecho largo, y no voy a decirte lo que quieres escuchar siendo una mentira, ni voy a reconocer situaciones falsas. Pero si eso te hace sentir mejor, con mi silencio de doy la libertad de creer.

(Carlos Briceño)

P.D.


Quiero partir de la verdad de que me he enamorado de ti.

Me he enamorado de la cotidianidad en la que vivimos, de esa cercanía a la que me acostumbraste sin siquiera proponértelo. Me he enamorado de saber que ya estás cerca de la casa y que pronto te sentiré a mi lado en la cama.

Me he enamorado de la manera en la que me miras y me tocas. Sí, me he enamorado de ti. Me he enamorado del plural, del “nosotros”.

Y aunque suene raro también me he enamorado de sistema que ideamos para mantenernos en contacto. Me he enamorando de todos los detalles que me has escrito, los secretos que me has contado y las fantasías que me has confesado.

Y me he enamorado de la idea de dejarme llevar por ti.

Me he enamorado de sentir tus labios en mi cuello y de que me muerdas en el hombro izquierdo.

Me he enamorado de nuestros domingos de fachas y nuestros sábados de siestas.

Me he enamorado de la idea de que seas ”el gran hombre, detrás de la gran mujer”. Me he enamorado de nuestros planes a futuro y de superar juntos el miedo al compromiso.

Me he enamorado de la idea de compartir un almuerzo cursi a la 1 de la tarde y despertarnos a la 1 de la mañana con ganas de comernos el uno al otro.

En resumidas cuentas Manuel: me he enamorado de ti, con todo el deseo que me cabe dentro, con toda la cordura que me queda y con toda la fe que puedo tener acumulada entre el pecho y el corazón de que todo saldrá bien.

(Jimena Ruiz)

Finalmente, una carta más que leída, escuchada


Sebas:

Esta es mi última carta. No sé si te acuerdas de la primera que te di, aquella que hoy, por el tiempo que tenemos juntos, puedo decirte que descargué de esos sitios de Internet en los que cualquiera escribe y estaba llena de errores ortográficos y ni siquiera te diste cuenta, esa carta que decía hecha por: María Melo y en realidad era una transcripción de un poema de Neruda; tú, como no sabes de eso, no le paraste y seguiste leyendo hasta que llegaste al “te quiero mucho” típico de cualquier muchachita de 11 años pero que te enamoró; teníamos seis meses me acuerdo y todavía no te encontraba ningún defecto, te veía igualito como el primer día de hacernos novios.

Al segundo mes lo volví a hacer, después de agotar mis ideas con cosas sin sentido, aunque lo más irónico era que solo tenía que decirte lo que sentía y un “te quiero demasiado” esta vez, no implicaba mayor cosa para mí. Costaba decirlo pero lo hice; te di la carta y enseguida agachaste la mirada y empezaste a leer mientras yo cruzaba los dedos tras mi espalda para correr con un poco de suerte y así fue. No te diste cuenta. Los versos de Benedetti no fueron más que otro par de palabras transcritas por mí y un largo beso fue mi recompensa. Cómo me besabas Sebas y cómo te quería.

Mi tercera carta no fue hecha con poemas ni de Benedetti ni de Neruda ni de Víctor Ojeda como en nuestro quinto mes, ¿te acuerdas? ¿que te dije que el chamo había ganado un concurso con la carta?, te la entregué el 14 de febrero para reconciliarnos; es que tú eras jodido Sebastian, 14 de febrero y peleando, y encima por mensajitos de texto; espero que con ésto cambies. Pero como te decía, esa vez compré una tarjeta que traía un paisaje hermoso y otra más chiquita que tenía una vaca con unos corazones y unas letras fosforescentes con escarcha a los lados. Te gustó el gesto y no tuve que esforzarme tanto tratando de escribir otra carta que nunca te daría, lo único malo fue que la vaca terminó pareciéndose a mí en nuestro primer aniversario, por haber dejado la famosa dieta del doctor con apellido raro que ni tú ni yo sabemos pronunciar, ja ja ja; estás a pasos de mí y desde aquí oigo tu risa, qué malo que tú no puedas escuchar la mía, pero pronto lo harás.

La última vez que te escribí, fue porque entré al “closet de los recuerdos” como le dice mi abuela Feliza al lugar donde guardaba todas las cartas que le dio mi abuelo hasta sus bodas de oro, imagínate mi Sebas todo lo que tardé en encontrar la carta adecuada y todo lo que tardé en quitarme la alergia; fue mucho más que transcribir las palabras de mi abuelo Daniel y dártela. Como siempre, finalicé con un “Te Adoro” pero la verdad Sebastian, es que ya en ese momento estaba cansada, cansada de no saber qué escribir, cansada de los papeles, cansada de los mensajes de texto, cansada de no poder gritar lo que sentía porque no me escucharías, cansada de tu necedad por no poder confiar en los especialistas y en nosotros, cansada de que no me puedas oír.

Como ves, hoy tampoco supe qué decir, lo que hice fue recordar mis cartas pasadas porque no encontré ninguna otra hoja que tuviera escrito lo que tengo que decirte:

Todo va a salir bien Sebastian, tu familia, la prima Kaki, tus amigos y yo estaremos aquí afuera esperando que salgas, apoyándote y felices de que por fin tomaste la decisión de que te operaran. Sé que no fue fácil porque también sé lo mucho que le temes a las agujas y a los “señores de bata blanca”, pero verás que todo va a ser recompensado Sebas, cuando al salir de la operación puedas escuchar a tu mamá llorando y finalmente cuando puedas escuchar mi TE AMO.

Siempre tuya: Michelle.

(Michelle Bergoderi)

El mundo de orquídeas y margaritas que un día te regalé


B:
Hace mucho tiempo, incluso más del que me creí capaz de soportar, te escribí algo que se hizo tan parte de mí, que es como llevar mi amor en cada letra plasmada sobre ese papel. No sé si lo recuerdas, ni siquiera sé si aún lo conservas contigo. Ha pasado mucho tiempo desde ese momento, tanto que duele pensar que hoy sólo somos dos extraños que alguna vez se enamoraron. Han pasado muchas cosas pero te confieso que dentro de mí nada ha cambiado. Allá afuera la vida sigue dando vueltas, de vez en cuando me le uno y me dejo guiar por ella, pero al final del día regreso aquí, a mi lugar favorito, porque es el lugar donde sabes que puedes encontrarme si algún día descubres que tu destino está conmigo. Los días siguen siendo días, el café sigue teniendo ese peculiar sabor a café, es que la vida sin ti es tan igual y tan distinta que se respira diferente, tan casual pero al mismo tiempo tan hiriente. La vida sin ti sigue siendo eso… sólo vida.
Camino porque sé que debo caminar, sólo que tropezar ya no me preocupa. Me siento aquí a esperar que el tiempo haga lo suyo y que estar sin ti no parezca tan desgarrador. Sigo aquí porque mi amor no me permite olvidarte. Allá afuera siempre sale el sol y por más oscuras que parezcan las noches, el tiempo siempre termina por aparecer y otro día amanece. Es que el tiempo sin ti sigue siendo eso… sólo tiempo.
Si se trata de ti he hecho muchas cosas, algunas incluso, se antojan imposibles. Te he esperado entre tardes de silencio, entre minutos que se encargan del tiempo sin un poco de piedad. Te he pensado cada momento y mientras más te recuerdo, más nostalgia me das. He caminado por desiertos que se hacen eternos si la meta eres tú. He construido escaleras si eso es lo que hace falta para alcanzarte y aún cuando ni en sueños pueda hablarte, sé que esto nunca tendrá un jamás. Te he regalado palabras que se disfrazan con otras para que sólo tú puedas entenderlas, y allá donde tenemos un lugar secreto cada día me dedico a esperarte. Me he refugiado entre rincones que me abrazan para no extrañarte tanto y a veces cuando las noches nunca terminan, encuentro la paz que necesito sólo con recordarte. Te he querido tanto que ya no sé como quererte, es que sin ti el amor sigue siendo eso… sólo amor.
Podría decirte muchas cosas más… que te lloro, que te pienso, que te encuentro en todas partes, incluso en personas tan distintas a ti, que llega a ser desesperante. Podría decirte tantas cosas pero sé que no serviría de nada. Sólo que a veces siento que me sientes, que esa corriente también se apodera de ti y aunque sea por un instante sólo existimos tú y yo. Si de sueños se puede vivir entonces mi sueño eres tú. El único problema es que al final del día cuando veo que no estás, los sueños siguen siendo eso… sólo sueños.
Creo que ya debería irme a dormir, dejar de escribirte por lo menos por hoy. Mañana será otro día. Pero antes te dejo eso que escribí hace tanto tiempo porque no quiero que lo olvides. Por lo menos así siempre me tendrás presente, aunque ese siempre sólo sea por hoy…
Y esperaré a que el tiempo camine hacia atrás, construiré lunas y soles sobre ese cielo que cada día te deja reposar. Volaré con cada nota que le regales a mis oídos, y te entenderé cuando la vida no tenga más que sinsabores a las orillas de tu río. Reiré con cada palabra que me dediques y mientras te alcanzo pintaré mi mundo con ese color que tu cuerpo despide. Adornaré tu vida con un camino de flores y en secreto te regalaré un mundo de orquídeas y margaritas que sólo tú reconoces. Y esperaré a que el tiempo se haga sabio en tus labios, seré eternidad que se alimente del calor que sabe dar tu regazo. Seré luz que viaje con estrellas y cometas, la paciencia será el único camino que con gusto tomaré si eres tú la recompensa. Latiré como vive un corazón que en silencio espera y espera, será tu amor el que me haga despertar y el que le haga compañía a mis horas de demencia. Y esperaré aún cuando no pueda ganarle la batalla al tiempo, me esconderé cada mañana para que siempre me encuentres en todos tus recuerdos. Armaré caminos que te hagan acompañarme entre sueños y fantasías, donde siempre podamos ser libres para amarnos y no tengamos que despedirnos al final del día. Y esperaré paciente en este camino de flores, donde puedas recostarte sobre orquídeas que adornan este paraíso de colores.

(Cindy Marcano Belisario)
martes, 15 de febrero de 2011 | By: Abril

La distancia más corta


Acabo de terminar una nube con relámpagos. Queda preciosa colgada del techo de nuestro cuarto, Laura, justo encima de la cama. Como sólo me quedaba papel para escribir esta carta y quería que la nube fuera de gran formato, he tenido que utilizar la cortina de la ducha (ya sé que eso es hacer trampas, pero las gotitas de Loctite para que aguanten los pliegues no se notan). Lo mejor es que mientras la estaba fabricando una tregua suave se ha instalado en mi mente y he conseguido no pensar en nada… pero ahora que veo la nube sobre mi cabeza me vuelvo a sentir en jaque. Una pregunta afilada y caprichosa me carcome.

A lo mejor tú lo sabes, Laura: ¿cuál es la distancia más corta entre dos personas?

Si me hubieran preguntado hace poco hubiera dicho que la respuesta es un beso, pero a veces ocurre (como de hecho ha ocurrido) que nos besamos y hacerlo es como tocar la nota equivocada en un piano.

¿Quizás los recuerdos? No sé. Haz tú la prueba: piensa en aquella habitación de hotel donde los jueves por la tarde montábamos la tienda de campaña y nos hacíamos cosquillas hasta que nos dolían los oídos de tanto escándalo? ¿Notas algo? ¿Me sientes más cerca?

Ya sé que me obsesiono, Laura... Ayer, mientras doblaba una servilleta para hacer un cisne, pensé que la clave era un billete de avión desde esta soledad hasta tus ojos, pero Tokio queda lejos y sospecho que allí la luz es como tu voz en el teléfono: remota y pulverizada. Y ya sabes lo mal que se me da el teléfono, Laura, lo torpe y callado que me pongo cuando llamas.

Por eso no te he contado lo de las grullas. Bueno, la verdad es que ahora ya no son sólo grullas; mi experimento para acortar distancias se me ha ido un poco de las manos... digamos que se ha vuelto una tarea de dimensiones cósmicas. Con paciencia y mucho papel he conseguido hacer casi de todo: una muela con caries, un astronauta en la luna, una rana que saca la lengua, tres molinos holandeses que han conquistado el pasillo, una jauría de dragones estrábicos, un submarino que se deshace lentamente en la bañera...

El otro día bajaron la vecina del cuarto y sus rulos a pedirme un poco de sal. Cuando entré en la cocina (ahí es donde tengo las ochocientas cincuenta grullas blancas), se asomó con descaro y dijo no se qué de "Los Pájaros" de Hitchcock. Yo le regalé el salero, cerré la puerta en sus narices y volví a enfrascarme en mi último proyecto: un teatro isabelino precioso con actores a escala que representan "Hamlet". Creo que te gustaría.

Según he leído, el origami ayuda a fomentar la paz de espíritu y la claridad de mente. Para mí es una forma de no pensar en esa distancia japonesa y fría que te oculta. Por ejemplo ahora: en la habitación de tu hotel el sol se estará deshaciendo pero aquí el día aún no ha sido tocado por nadie. Tú te vas a dormir. Yo tendría que estar levantándome. Pensar que los dos vivimos en el mundo por turnos me vuelve muy pequeño, Laura, me hace sentir deshecho como el submarino de papel que tengo en la bañera.

Y lo malo es que ya se me ha terminado el material: las cartas que nos mandábamos hace años, las postales, mis cuadernos, tus partituras, todos los libros del salón se han convertido en criaturas extrañas de este arca de Noé donde gobierno (¿te enfadarás si te digo que el empapelado azul de las paredes es ahora el sexto batallón de un ejército de cosacos?).

El problema de quedarme sin papel es que no he sido capaz de hacer las cosas que de verdad me importaban. En el libro de origami que he comprado dice que ?los dedos hábiles de quienes pliegan pueden dar nacimiento a todas las figuras de la creación?. Mis dedos no son tan hábiles, Laura. He intentado crear tu rostro y el acantilado sin nombre de tu cuello y ha sido imposible. Tampoco he sido capaz de fabricar una madrugada enroscado a tu lado, ni el asiento trasero de un Ford en la linde de un bosque, ni tus gemidos suaves, profundos, de color turquesa?

Y lo peor es que en mi fracaso aletea la maldita pregunta como una grulla con las alas encendidas: ¿cuál es la distancia mínima entre dos seres?

Desde donde estoy veo la calle que ya empieza a hormiguear con prisa de colegio y oficina. Del portal de enfrente acaba de salir una pareja y han hecho algo muy simple y muy terrible. Ella quizás sea un poco más joven que tú; él probablemente tenga unos años más que yo; se les nota en la cara y en los gestos que llevan tiempo viviendo juntos. Cuando han salido a la acera se han dado un beso fugaz y un abrazo leve y cada uno ha echado a andar en direcciones opuestas. Hasta la tarde, piensan ellos; hasta pronto, pensaba yo cuando te fui a llevar al aeropuerto.

¿Te acuerdas de nuestro último abrazo, Laura? Yo podía escuchar tu respiración como un roce de glaciares sorprendidos por el primer rayo de sol, tan cerca tu piel de la mía.

¿Será esa la respuesta? Quizás la distancia más corta entre dos personas es una despedida. Sí, algo tan simple: dos cuerpos que se juntan para decirse adiós, la frontera de la piel que se vuelve borrosa y ese huracán de tigres que es la ausencia rodeándolo todo.

Mejor parar y despedirme aquí. Ahora haré lo que sin duda hacen todos los que escriben cartas como esta: no mandarla. Doblaré el folio hasta convertirlo en grulla, contemplaré esta mañana tan anónima y extraña que me mandas desde Tokio, y llevaré la carta junto a sus hermanas, las ochocientas cincuenta que anidan en nuestra cocina esperando silenciosas tu regreso.

(Héctor Pascual, Carta ganadora del X Concurso de Cartas de Amor "Antonio Villalba", de Escuela de Escritores)
domingo, 13 de febrero de 2011 | By: Abril

Cómo erigir un altar en una nevera vacía


Si te lo contase, sin duda lo encontrarías del todo absurdo; en los últimos tiempos, encontrabas absurdas la mayor parte de las cosas que yo hacía o decía, aunque no podría reprocharte que te burlases de esto, pues yo mismo lo encuentro disparatado; el caso es que, desde que te fuiste, no he vuelto a llenar la nevera.
Admito que detestaba esa manía tuya de mantener la nevera repleta, en especial por verme siempre obligado a comer aquello que, con tu carácter previsor, me indicabas –antes de que se estropease– en lugar de lo que me apetecía, de continuo sometido a la tiranía de las fechas de caducidad. No dejaba de tener gracia que, a pesar de poseer, en vez de nevera, una suerte de cuerno de la abundancia, no pudiese elegir, dado que, en toda ocasión, había algo a punto de echarse a perder. Odiaba con saña tener que comerme tus yogures desnatados y tus kiwis reblandecidos, y la mera vista de la nevera me provocaba nauseas.
Soy consciente de la mezquindad del acto, mas no puedo negar la satisfacción, casi mística, que me embargaba, después de que me abandonaras, cuando abría la nevera y descubría algún artículo que comenzaba a pudrirse o que había superado la fecha de caducidad y lo arrojaba a la basura; sentía como si, al deshacerme de manzanas podridas y limones mohosos, me estuviese librando de tu recuerdo, que me dolía como una muela recién arrancada. Lo único que no me atreví a tocar fue el paquete de salmón ahumado: nunca me había gustado en particular, si bien tú me hiciste aborrecerlo; te empeñabas en comprarlo alegando que venía bien tenerlo porque era muy socorrido, y al final siempre tenía que acabar comiéndomelo yo para que no caducase. El paquete yacía sobre una abultada pila de quesitos, salchichas de Frankfurt y embutidos loncheados envasados al vacío; de algún modo, se las apañó para arrojarse de las alturas y había acabado apoyado, casi en vertical, sobre el fondo de la nevera, y el frío hizo que terminase adhiriéndose a él. Al principio, su tacto me inspiraba aprehensión y procuraba evitarlo cada vez que tenía que coger algo en sus inmediaciones; no obstante y en último caso, no pude desprenderme de él, pues era como deshacerme de manera definitiva de ti, algo para lo que entonces no estaba preparado, y todavía sigo sin estarlo.
Aun así, el proceso de vaciado era dolorosamente lento, y tuve que acelerarlo consumiendo primero aquellos artículos que aguantarían más, por lo que de nuevo estuve sometido a la dictadura del calendario, esta vez de modo inverso. Creo que fue en ese momento cuando adquirí la determinación de no introducir nada nuevo en ella. Desde entonces, desayuno fuera de casa, ya que, en cuanto que abro un paquete, la leche se me agria de un día para otro, y me has contagiado tu estúpida prevención por lo que respecta a desperdiciar los alimentos; las veces que no como en algún bar, siempre consumo latas o productos que no precisen ser conservados en frío.
No deja de ser irónico que las cosas que más añoro de ti sean los detalles que entonces me enervaban de modo casi intolerable. Antes de que te instalases conmigo, mi vida transcurría en un desorden organizado; cierto es que abandonaba las cosas de cualquier modo: la chaqueta sobre la cama o las llaves sobre la cómoda, mas lo hacía siempre en el mismo sitio. Tu llegada trajo consigo una suerte de orden caótico: colocabas todo, aunque sin lógica alguna y cada vez de un modo distinto, y de continuo debía preguntarte dónde habías puesto tal cosa o la otra. Ahora, cada vez que voy a coger las llaves y las encuentro sobre la cómoda, me embarga una profunda decepción y, no lo negaré, una punzante desazón.
Te marchaste de improviso, llevándote apenas tu presencia y tu ropa, y, eso sí, todas tus fotos, como si pretendieras borrar por completo la menor evidencia de tu estancia conmigo. Reconozco que en el transcurso de la última semana apenas nos habíamos dirigido la palabra y, en las escasas ocasiones en las que lo hicimos, siempre fue para causar daño, pero la vista de los marcos vacíos fue un golpe demasiado duro. Ahora, la nevera se me antoja uno de esos pequeños altares de madera que, durante mi infancia, los vecinos se iban pasando de casa en casa y que contenían una imagen de la Purísima. Cuando nos tocaba el turno, mi madre lo colocaba sobre el recibidor, depositaba unas monedas en la caja que formaba su base y, delante de él, encendía dos pequeñas velas recubiertas por fundas de plástico rojo, que matizaban su luz. A falta de otra imagen que contemplar, ya que te las llevaste todas, a menudo me quedo extasiado observando el paquete de salmón, caducado desde hace más de once meses, a veces durante horas seguidas, pese a que la nevera se queja con su insistente pitido y no me deja concentrarme en la autocompasión tanto como quisiera.
A principios del mes pasado, el hecho de tener la puerta cerrada me causaba intranquilidad y remordimientos, por lo que acabé por desconectar la nevera y, desde entonces, la puerta siempre permanece abierta. Hace un par de semanas, el paquete de salmón comenzó a hincharse. Al principio engrosó con timidez, pero desde hace dos días semeja un globo y, aunque parezca irracional, no puedo pegar ojo en toda la noche pensando en la posibilidad de que llegue a reventar y, a cada momento, me levanto para comprobar si sigue intacto.
A tu marcha, no dejaba de maquinar todo el día; pensaba en qué podía hacer que te causase tanto daño como el que yo estaba padeciendo. Tuvo que transcurrir bastante tiempo, al menos cuatro meses, hasta que abandoné esa absurda obsesión. Te vi por la calle en compañía de otro; no sé a ciencia cierta si era el que ahora ocupa mi lugar, pues ni siquiera ibas cogida de su brazo, tal como te gustaba hacer conmigo, si bien charlabais animados y reías; cualquiera que te viese pensaría que eras feliz; no como yo. Entonces comencé a elucubrar sobre cómo podría lograr que te murieses de ganas de volver conmigo, aunque nunca di con nada que me convenciese de modo medianamente serio.
El jueves pasado me enteré de que te vas a casar; me encontré con tu amiga Laura en el supermercado y me lo espetó sin tan siquiera tratar de disimular un poco y darle a la noticia un aire casual; en sus ojos brillaba la malicia y, después, cuando comprobó cómo la había encajado, una ostentosa satisfacción. En un primer momento, el impacto me dejó vacío y sin capacidad de reacción, como cuando te propinan un puñetazo en el la boca del estómago y te quedas sin aire y, por más que intentes respirar, no logras llenar los pulmones y lo único que consigues es boquear como un pez.
No dudé en insistir, presionar y suplicar a todo el círculo de amistades comunes para procurar averiguar algo más; así me enteré de que él era un compañero de trabajo, además de simpático, divertido, sensible y comprensivo, todo lo que yo no era. Laura me llamó por teléfono: se había enterado de que andaba realizando indagaciones y quería ser ella la que me contase todos los pormenores de la futura boda, incluida la despedida de soltera que ibas a celebrar esa noche. No pude evitar presentarme allí; sabía que era absurdo e inútil, pero no fui capaz de abstenerme. Cuando me vi delante de ti, después de más de un año, podía haberte arrojado una de esas frases ingeniosas y zahirientes que había estado preparando durante todo este tiempo, o me podía haber arrodillado y haberte suplicado y mendigado que volvieses, pero me limité a disparar una foto y después me marché. Nada más llegar a casa, la imprimí y la pegué sobre el restallante paquete de salmón.
Ayer por la tarde, cuando pasaba junto a la nevera, me volví frente a ella e inicié una genuflexión. Estoy casi seguro de que no fue más que un acto reflejo, recuerdo de la infancia y de los dos años que fui monaguillo, pero el caso es que el hecho me produce una inquietud indescriptible y no he podido dejar de pensar en ello durante todo el día. Ahora mismo, estoy mirando tu imagen y siento unas ganas incontenibles de persignarme.
Y es posible que acabe haciéndolo.

(jcgarrido, Foros Mujer Chic Magazine)

No podemos quedar como amigos...


Hola Santi:

Me dices en tu sms que podemos hablar. Que podemos ser amigos, que cuando pase a recoger mis cosas por tu casa, cenemos y charlemos….
Tiempo tuvimos para hablar Santi...y los dos nos callamos. Unos mas que otros....
Ahora no es tiempo de ser amigos. Aun quedan deshilachados por ahi muchos sentimientos, frustraciones, rabia, dolor, recuerdos, cariño, pasión, ganas, deseo, ...
…demasiadas cosas que pueden empañar una amistad. Esos hilos sin duda se enredarian en líos y confusiones que no pueden llevar a buen puerto.
Tú lo sabes bien. Cuando se ha querido tanto, luego es difícil conformarse con menos.
El tiempo. El tiempo es nuestro gran enemigo, pero en estos casos, es un amigo. Pues solo él ayuda a olvidar. No es la fuerza de voluntad que pongamos. No es la fortaleza que queramos mostrar. No es el convencimiento ,de que, es lo mejor. No es la ilusión de que aun están cosas buenas por llegar. Otros amores. Aquello de que un clavo saca otro. Tan solo es el tiempo, el que va borrando todo, como una goma de esas de Milán de nata (mmm, yo me las comía y todo, que bien olian....) .Poco a poco, despacito , sin apenas darnos cuenta...
Un día te despiertas y resulta que la noche anterior ya no lloraste. Resulta que has pasado medio día sin pensar en él. Resulta que ayer ya no te dio un vuelco el corazón cuando en la mesa en la que comías, había un tetrabrik de la empresa en la que trabajaba. Ni te entro un ataque de rabia cuando viste un viaje a Paris tirado de precio. Resulta que ayer, la duda ya no te arranco un suspiro. Resulta que ese sentimiento tan grande de frustración que a veces no te deja respirar, va siendo desbancado por otro de resignación, de aceptación, de reconocer que te equivocaste en intentar querer algo que no era para ti. Resulta que tu corazón, que te duele literalmente, te esta enviando señales de vida y tienes que hacerle caso, porque sólo tienes ése.
Son demasiados logros, para tirarlos a la basura por una conversación que ya no tiene razón de ser.
Pudo ser cuando debió ser. Sólo entonces. Y te lo pedí, te lo grité. Te lo imploré, de mil formas, de mil maneras, incluso fingiendo ser lo que no era, ...todo por una palabra o por una reacción .....Y tú no estabas allí....o sí estabas, entonces es que eras un ciego-sordo-mudo-paralítico-asustado de la vida.
¿¿¿¿Ser amigos?????
Claro!!!! cuando el tiempo pase y se lleve tras de si todas esas cosas que aún quedan ........

Tu lo entenderás, estoy segura. Siempre fuiste el cuerdo de la pareja.


Un beso gigante.

Sara

(Monisa 100, Foros Mujer Chic Magazine)

El amor es el mismo para todos


Tamara, mi amor:

Sea esta carta como una manera de poner en vuelo la pasión que me encadena a ti, en cuerpo y alma; tan sólo unas palabras por darte testimonio, siquiera mínimamente, del ardor que toda tú enciendes entre mi pecho: con el brillo de tu mirada y tus labios de cereza y fuego, con tu graciosa mochila, con tus pantalones grin’s de nalgas apretadas...Ah, y ese reciente “piercing” de tu ombligo que si hoy me vuelve loco de contento aún más de celos me trastorna. En alas va de este madrigal:
El diminuto cielo
en medio de tu tronco más desnudo,
caracolillo en vuelo
de aroma embriagador por donde acudo
a beber de tu pálpito invisible,
hoy luce un imperdible
—regalo o sólo plata reluciente—,
y no estoy ya conmigo
soñándole a una altura inaccesible,
pasando indiferente,
novio en pena y testigo,
ante el botón sublime de tu ombligo.

Perdona porque, tal vez, no he llegado a pensar en que ese adorno sea un amoroso homenaje que me brindas en el intento de parecer más bella para mí, en justa correspondencia con el leve tatuaje de mi pecho con tu nombre inscrito, encantadora mujercita, que me transportas a esos cielos de placer infinito y de eterna felicidad.

Lo que importa es amar. “Amor y poesía, cada día”, escribió el poeta J.R.J. Amar desde la poética de la vida construida beso a beso, cuerpo a cuerpo, dejando que afloren de nuestros corazones los más puros sentimientos en esa entrega diaria por donde van discurriendo los acontecimientos que nos unen; en ese ir haciendo “camino al andar” por los mil y un parajes que levanta la fantasía; por los bellos escenarios que la pasión inventa dibujando sus playas de encalmadas aguas o las cumbres altísimas donde el silencio reina. Amarnos en silencio, vida mía, desnudos, en la tarde escondida del sur nuestro de cada instante, secretamente entregados a escribir dulcemente, mano a mano, los primeros capítulos de esta historia de amor.

Así en la teoría, pero ¿cuántos obstáculos nos quedan por salvar? Que duro batallar éste de sabernos, a todas horas, en guerra con quienes pretenden destruir —desde un mal entendido afán de protección, desde los estrecho ámbitos familiares nuestros— la realidad ardiente de un compromiso de amor, mas allá de los convencionalismos que van como corriendo tupidos velos a este ansia de exponer a la luz de todos los soles que nos alumbran esta auténtica razón de nuestras vidas: el amor que nos ata y enajena.

Bien sabemos tú y yo que el Amor no tiene edad, ante tantos argumentos cicateros que van poniendo trabas a este entregarnos el uno para el otro; tu belleza, tu alegría y exultante juventud complementándose con mi serena madurez, con la experimentada presencia de un hombre rendido ante tus innumerables encantos. Sólo un hombre que amando sufre y calla llevado de tu mano, hermosa muchacha veintiañera, desde la clandestinidad de este noviazgo que si, a veces, es frontera que nos separa en ese estar como guardando el ritual de las formas —severo profesor yo en el estrado, alumna distraída tú en el pupitre—, sabemos que en el fondo más nos une. Porque, secretamente, somos valientes protagonistas de un proyecto de amor que, de seguro, pronto saldrá a la claridad, verá borradas las barreras que hoy son infranqueables, ya que los muros caen tarde o temprano, derribados por los aires nuevos de libertad, de tolerancia, de comprensión o de respeto que circundan el amor.

Entretanto, amor mío, quiéreme mucho y desoye las venenosas palabras que quisieran marcarnos las distancias cruelmente, ponernos a cada uno en ese sitio que alguien puede pensar que la edad lleva aparejada, sin saber que el Amor es punto de encuentro, es imán que nos atrae sin hacer distinciones. Recuerda que el dios Cupido, representado en ese niño cazador con el arco, las flechas y el carcaj, lleva los ojos vendados, denotando con ello que el amante no ve al dispensar sus ternuras defectos o diferencias.

Para mañana, en clase, llévame traducida esta expresión latina : Amor omnibus idem*., que viene a cuento.

Acabo ya este escrito y no es bastante. Porque mi corazón no se sacia con estas cuatro letras de amor que, ahora, te envío; esta epístola que quiere ser balada triunfal que a ti vaya volando cuando mi música es tu voz.

Con un beso. Tu amado

*El amor es el mismo para todos.

(Luis Blas Fernández)

Carta de despedida del amor de mi vida


Sabes que siempre se me ha dado mejor escribir que hablar por eso he decidido despedirme así, si estás leyendo ésta carta es porque todos mis intentos han fracasado, ésta vez si he luchado, además más que nunca, prácticamente he llegado a arrastrarme y humillarme, he dejado correr el tiempo pero no me ha ayudado, he hablado con personas cercanas a ti pero me han confundido aún mas sobre tus sentimiento, he ido detrás tuya como jamás pensé que iría, pero todo ha sido en vano, me he estrellado una y otra vez contra un muro de piedra, ya me doy por vencido, no puedo seguir más así, tengo que comenzar a ordenar mi cabeza que desde que lo dejamos no sabe aún siquiera donde está, hasta ahora he estado como en un sueño, una pesadilla de la que me he intentado despertar una y otra vez y no lo he conseguido…

Es curioso y no se si será una de esas casualidades que hace el que está ahí arriba pero un día como hoy hace exactamente 5 años recibí un sms de alguien preguntándome si tenía Messenger y tres semanas después empezaría la historia más importante y feliz de mi vida… que por desgracia o mala voluntad del destino hoy finalmente acaba.

Por mucho que me duela o por mucho que no quiera a partir de hoy no me queda más remedio que empezar a olvidarte, olvidarme de tu pelo, de tus ojos, de tus miradas, de tus lágrimas, de tu sonrisa, de tus labios, de tus besos, de tus manos, de tus caricias, de tu voz, de tus te quieros, de tu mal genio, de lo cabezota que eres, de tu olor, de tus abrazos, de despertarme a tu lado, de las promesas que no he podido cumplir, de la niña que siempre desee tener contigo, de compartir una vida, un sueño, una ilusión, de enfadarme contigo por tonterías, de verte seguir creciendo, de acompañarte a comprar ropa, de nuestros paseos, de nuestros viajes, de las horas muertas que hemos pasado juntos sin ni siquiera hablar solo sintiéndonos juntos, de volver a ver una película contigo, de ir a cenar juntos, de tus ensaladas de pasta, del cocido de tu madre, de las tortillas de espinacas, de todo lo que perdido y he ganado contigo, de los momentos buenos, de los momentos malos, de tu madre, de tu padre, de tu hermana, de tu gente, de que te quiero, de que te amo, de que eres la mujer de mi vida…

Como ves son tantas y tantas cosas, aparte de todos las que se me olvidan, que no se cuanto tiempo necesitaré, pero intentaré cada día ir olvidando una a una, no se si algún día lo conseguiré y lo peor de todo es que quizás pueda olvidarte pero no creo que nunca pueda dejar de quererte.

No eres mejor ni peor que nadie, simplemente eres tú, con tus cosas buenas y tus cosas malas, con tus defectos y con tus virtudes, ahora echo de menos incluso tu mal genio, porque yo soy un reflejo tuyo, un reflejo de tu persona, sin ti me falta algo, no me siento lleno, es como si me hubieran quitado una parte de mi mismo, como si me hubieran arrancado la mitad de mi cuerpo y solo estuviera viviendo con una sola mitad.

Teníamos una historia increíble, una historia que era envidia de mucha gente, ahora me he dado cuenta de que mucha gente nos tenía envidia, envidia de que dos personas tuvieran un amor tan grande que ellas en su vida conocerán, envidia de que dos almas gemelas se hubieran encontrado, de que existiera el amor verdadero, el amor puro, donde no existían los intereses, el amor que solo puede surgir cuando dos niños que todavía no conocen la dureza del mundo se enamoran, una historia que empezó gracias a ti y que por mi culpa ha acabado…

Ya solo me queda pedirte perdón, perdón por todas las veces que te he hecho sufrir, perdón por mis enfados tontos que han sido muchos, perdón por comportarme tantas veces como un crío, perdón por darme cuenta de todo tarde, perdón por dejar que esto acabara… y darte las gracias, gracias por hacer que esto empezara, gracias por haber estado ahí siempre, gracias por haberme querido, gracias por haber sido tan buena conmigo, gracias por habérmelo dado todo…

Siento de verdad no poder ser tu amigo, pero es superior a mí, ha sido demasiado lo que he vivido contigo para verte como una simple amiga, de verdad que lo siento pero te prometo que intentaré saludarte si nos vemos, de verdad que intentaré no apartar la mirada, pero quiero que sepas que si lo hago es porque se me parte el alma cuando te veo, el simple hecho de tenerte delante y no poder tocarte es algo que me desgarra por dentro, si lo hago perdónamelo por favor…

Estoy seguro de que nadie te querrá nunca tanto como yo, pero deseo que alguien pueda hacerte feliz y pueda cumplir tus sueños, ojala hubiera tenido una oportunidad porque ese estoy seguro que hubiera sido yo, pero no ha podido ser, ya verás como alguien se cruza en tu camino.

(Juank2k, extraída de un foro)
sábado, 12 de febrero de 2011 | By: Abril

Y te vi


Y te vi. Y pensé un no que era un sí. No, no, no. No a esconderme, no a las mentiras, no a la espera, no a la soledad. Esto no me puede pasar a mi. No me puedo enamorar de un hombre casado y mayor que yo. Va en contra de todo lo que soy, de lo que pienso, de lo que imagino y deseo para mi vida.

No dejaré que tu presencia empañe mis pensamientos. Seguiré andando sin mirar atrás, sin concederme, ni siquiera, la debilidad de un primer beso, que debiera ser el último.

Y te vi. Y nos fuimos a comer a un restaurante desierto y , como no te atrevías, en los postres, te besé y te pregunté si me invitabas a tu habitación de hotel. Nunca fui tan descarada.

Sí, sí, sí. A todo sí y para siempre, sí. Sí a esconderme, sí a las mentiras, sí a la espera, sí a la soledad. Me enamoré. Nos enamoramos sin un porqué. Y daba igual, por aquel entonces, lo que no teníamos porque era suficiente con tu piel sobre la mía, con escuchar tu voz en mi nuca, con rozar tus mejillas a cada reencuentro.

Y te vi. En ese mismo hotel. Una y mil veces. Y también en el cine en versión original de la esquina. Recuerdo tu perfil, recortado en el mío. Se suceden en mi memoria imágenes de películas en idiomas extraños cuyo único interés era el de ofrecer cobijo a nuestras manos, entrelazadas en la oscuridad. A la salida, comíamos algo deprisa para correr a la habitación y contar las horas hasta tu marcha, en esas noches infinitas de amor y palabras. No dormíamos nunca.

Y pasó el tiempo y nuestros ritos se alejaron de mis deseos. Ya no quería hoteles, sino una casa. Detestaba los restaurantes y soñaba con un plato de sopa caliente en la mesa de una cocina. No quería ir al cine sino quedarme en el sofá viendo la tele o dormirme con un libro en la cama. Pero siempre a tu vera. Sin pensar en tu mujer y en esa vida que conozco como si fuera la mía, pero que no me pertenece. Te hice la consabida llamada perdida y esperé tu respuesta. Quedamos. Estaba decidida a dejarlo todo. Y...

Y te vi. Besé tus mejillas en un paso de cebra. Metí mi mano en el bolsillo de tu chaqueta para encontrar la tuya. Me sonreíste y yo dejé de buscar las palabras que no sabía encontrar.

Nos metimos en un cine a ver una película iraní.

Cómo me gustas de perfil.

Te quiero, Joan.

Anna

(Ayanta Barilli)

Levántate y anda


Te quiero, mi vida. Hace treinta y siete años que te quiero. Me encantan tus buenos días que me das cada mañana mientras la ducha limpia los restos de somnolencia que la noche deja agarrados en mi cuerpo. Te quiero mientras vamos juntos al trabajo y cojo tu mano y la pongo en mi pierna para sentir el tacto caliente de tus dedos. Te quiero mientras anhelo que el atasco sea mayor para estar más tiempo contigo. Te quiero cuando te recojo del trabajo y noto como si un aire fresco, una nueva energía, entra en mi cuerpo al sentir tu beso. Te quiero cuando después de comer y sentados en el sofá te veo hacer ganchillo mientras una telenovela suena de fondo sin que ninguno de los dos pensemos en ello. Te quiero mientras haces la compra, escoges la fruta, el embutido o el pescado y te veo seleccionar siempre lo mejor para mí, y lo más barato para ti. Te quiero mientras cenamos con unas bandejas, bien preparadas por ti, haciendo zapping buscando un canal que jamás encontramos, antes de irnos a dormir. Te quiero mientras las sábanas nos cubren y tratas de que tus fríos pies busquen calor entre mis piernas. Te quiero mientras el sopor invade mi mente y no acierto a distinguir si estoy dormido pensando en ti o despierto estando contigo. Te quiero cada instante de mi vida y sólo en ti confío y solo a ti deseo. Te quiero, mi vida. Te quiero.

Qué más da que el mundo me diga que hace 18 años que has muerto. Yo no me he enterado. Están equivocados. Si has muerto, ¿a quién le preparo el desayuno cada mañana?, ¿de quién noto la mano en mi pierna?, ¿por qué disfruto del atasco, a quién recojo del trabajo?, ¿con quién veo la telenovela?, ¿quién hace ganchillo?, ¿quién demonios hace la compra?, ¿quién prepara las bandejas de la cena?, ¿quién tiene esos malditos pies tan fríos?, ¿quién duerme a mi lado? y, sobre todo, si estas muerta... ¿a quién quiero? Bah. Están equivocados. Sólo sé una cosa. Solo sé... que te quiero.

(Pepe)

Un sueño


Esta es la historia de dos equivocaciones, la tuya y la mía. Tu ceguera y mi impaciencia.

Cuando te conocí, enseguida te reconocí como el amor de mi vida. Tú, sin embargo, no supiste o no quisiste verme porque me considerabas demasiado pequeña. A tus ojos yo era una niña. Pero te equivocaste porque la niña creció tan rápido que, tres años después, harta de esperarte, se casó con el primero que se le puso delante.

Me quedé con mi marido y seguí soñando contigo. Me levantaba por las mañanas y te preparaba el desayuno, me acostaba por las noches y te abrazaba por detrás, mi mejilla entre tus omóplatos mientras mi brazo seguía el movimiento acompasado de tu respiración. Cerraba los ojos para sentir mejor esos besos silenciosos que me recorrían: los labios, el cuello y otra vez el cuello y los labios. El camisón levantado por encima de mis pechos y el calor de tu cuerpo. Me dormía para no ver a quién tenía a mi lado y seguir encontrándote en mis sueños. Y así, siempre estuviste conmigo, aunque estuviera casada con otro, aunque tú te hubieras casado con otra.

Pasaron los años. Muchos años, hasta veinticuatro. Y un día volviste a aparecer. Decías que eras feliz y parecía lo contrario. Decías que podíamos ser amigos y me mirabas con deseo. Decías que amabas a tu mujer y era como si me lo dijeras a mí.

Luis, querido Luis, llevo tanto tiempo repitiendo tu nombre, tanto tiempo imaginándote, tanto tiempo postergando tu presencia que ahora creo que, por fin, ha llegado nuestro tiempo.

Mírame, soy yo, Lola, tu querida Lola, la que no supiste reconocer, la que no te supo esperar. A pesar de los errores, sigo aquí, igual que antes, dispuesta a dejarlo todo por ti. Estoy harta de las renuncias, harta de las mentiras, aburrida de no tenerte. Si has vuelto, quédate, agarra lo que te pertenece y llévame contigo. Porque nos lo merecemos, porque no hay otra solución y porque así está escrito.

Y, sobre todo, porque te amo.

(Ayanta Barilli)