martes, 26 de febrero de 2013 | By: Abril

Sellos, tapers y calzoncillos


Hola, Arcadio: ¿Qué tal el congreso? Espero que hayas conseguido el sello birmano. Te escribo para decirte un par de cosas.

Antes de nada, tranquilo, no me he movido de casa en toda la mañana. A eso de las diez ha llegado tu madre. Bueno, ha abierto ella la puerta mientras yo estaba sentada en la taza del váter, ya sabes cómo es. Ha gritado "¡hola!, ¿hay alguien?" y he gritado "¡ya voy, Enriqueta!", pero ella se ha plantado en el baño, claro. Te ha puesto en el vaso un cepillo de dientes nuevo y ha dicho eso de "espero que no te moleste que haya entrado con la llave, es la costumbre, como la casa es mía" (¿cuántas veces ha recalcado eso desde que nos casamos?). Mientras yo buscaba un rollo de papel higiénico, me ha dicho que venía a plancharte la ropa en condiciones, que vaya camisa llevabas el otro día en la cena. Cuando he salido del baño, ella estaba planchándote los calzoncillos, así que por fin los tienes como te gusta, planchados y ordenados por colores en tu cajón.

A lo que iba, lo del paquete: me dijiste que llegaría a primera hora pero el de Seur ha llegado sobre la una (ya podías haberte aficionado a coleccionar azucarillos de las cafeterías). Cuando estaba pagando, tu madre ha dicho "mi Arcadio es estiloso hasta para los hobbies, ¿verdad, Merchi?". Tú dirás lo que quieras, pero me llama Merchi para joder. Y Arcadio, podrías haberme dicho que era contra-reembolso y que la cajita con el sello costaba doscientos euros, ¿no? Menos mal que he podido pagar con tarjeta. Por cierto, qué observador el chico de Seur: cuando le he dado el DNI me ha felicitado por mi cumpleaños, qué simpático. En fin, que te digo esto porque me ha dicho que si quieres una copia de la factura, vayas a la oficina, que se le había olvidado traerla. Tu madre me ha dicho que vaya yo, pero no he podido, ahora te cuento por qué.

¡Ah!, y no te preocupes, he abierto el paquete con cuidado, he llevado la cajita a tu despacho y he quitado la luz al momento, como me dijiste. Tu madre, mientras te quitaba las pelusas de los jerseys, me miraba todo el rato desde el salón diciendo "te cuidado, Merchi, a ver si se va a estropear". Por cierto, Arcadio, si no lo digo reviento: ese despacho cada vez da más pena. Entiendo lo de la ventana cerrada y los humidificadores en las esquinas; entiendo el termostato, la lupa aséptica y las vitrinas opacas; entiendo que es tu lugar y que los matrimonios tienen que saber tener un espacio individual. Pero ese despacho, Arcadio, ese despacho es una tumba monocromática de sellos. Además de las vitrinas con sellos, sólo hay cinco libros (de sellos) y la enciclopedia filatélica. ¿No crees que podría estar bien poner una foto de cuando pescaste aquel barbo en el embalse de Orellana? O una foto del Rey, no sé, algo que le dé color. Piénsatelo.

Tu madre ha dejado en el frigorífico albóndigas en salsa y cocido, que dice que vendrás cansado esta noche del congreso filatélico y que no te apetecerá la sopa que yo hago, "que no tiene ninguna sustancia". Dice que las albóndigas son para la cena de hoy y el cocido, para mañana en la oficina: ya tienes separados en dos tuppers el caldo y la carne con los garbanzos, primero y segundo (me ha insistido en que te recuerde que son dos tuppers).

Hace un rato ha salido tu madre, dice que a comprarte el champú que te gusta y un pijama de franela, que viene el frío. No te puedes imaginar la paz que he sentido en cuanto se ha ido, Arcadio. Además, ha sido salir por la puerta ella y llamarme mi amiga Mari Carmen para felicitarme por mi cumpleaños. ¿Te acuerdas de Mari Carmen? Mi vecina de cuando yo estaba soltera y vivía en Carabanchel. ¡Menuda era Mari Carmen! Y menuda es, porque se ha teñido el pelo de fucsia y ahora viaja en moto a todos sitios. Cuando vivía en Carabanchel, todos los jueves por la noche quedábamos para hacer cata de vinos. No teníamos ni puñetera idea de vinos, claro, pero Mari Carmen compró dos copas de esas gordas y así cualquiera es catador. Cada una llevaba una botella de vino, la que fuera, y lo catábamos. Lo echábamos como los profesionales, con giro de muñeca incluido (a mí nunca me salía, pero a Mari Carmen no se le caía ni una gota). Lo mejor era la cara de Mari Carmen al olerlo, sobre todo al oler la tercera o cuarta copa. "Tropicalmente afrutado en barrica de quince años de roble salvaje con toques de canela", decía. Cuando soltaba esas cosas, yo me reía tanto que acababa echándole canela al vino. ¿Has probado el vino con canela?

Total, que Mari Carmen me ha dicho que acaba de dejar a su marido. Yo le he contado por encima mi vida y se ha plantado en casa con la moto en veinte minutos. Por lo visto, hay un congreso de cata de vinos en Albacete, creo, y nos ha apuntado por internet como expertas. Te digo esto por escrito, Arcadio, para que sepas que tienes el sello de doscientos euros en el despacho, la comida en el frigorífico, la ropa (incluidos calzoncillos) planchada y yo me voy en moto a Albacete, creo, a catar vino. Lo digo por si notas que falta mi ropa.

Un abrazo.

Mercedes
(Lola Morales)

Nota: Carta finalista de la XII Edición del certamen de cartas de amor Antonio Villalba, organizado por la Escuela de Escritores.

Cartas al lector


14/02/1968
Estimada Lectora:


Ese libro es para mí una revelación. Su autor nos recomienda leerlo sin culpa, saltando lo anodino y deteniéndose en aquello que nos deleita, de fin a principio si es preciso. Así es como entiendo la existencia, libre de la cotidianidad, de la línea que se nos impone. Me ha descubierto una intimidad, inexplorada por la juventud, que iré deshaciendo como un nudo a través de sucesivas lecturas en el tiempo, donde espero cruzarme con Usted.

Le escribo desde el rincón de la Biblioteca donde he pasado estos años de universitario, justo antes de salir al mundo para doblegarlo.

No quisiera atribuirle la imagen de las estudiantes de cuello grave que se parapetan tras los volúmenes de Tolstoi, ni la de las chicas que ojean a Onetti y disimulan junto al ventanal, soñando a contraluz con los jóvenes oficinistas del Banco.

Usted será alguien especial y elegirá el ejemplar que ahora devuelvo a su lugar alfabético, porque persigue el secreto de esa diminuta puerta entre dos mundos. Allí aguardaré, dejándole esta pequeña misiva tras el primer capítulo, que espero encuentre doblemente interesante.

14/02/1971
Estimado Lector:

Cuando me decidí por Cortázar para acompañar mis trayectos desde la Escuela de Artes y Oficios hasta el pueblo, yo era una chica sencilla, con un novio normal e ideales serenos. Simplemente miraba el mundo desde la ventanilla. No podía imaginar que el vagón, zigzagueante como la vida, me transportaría tan lejos. Ahora observo las trayectorias de dos gotas sobre el cristal, sabiendo que un leve movimiento inesperado puede unir o separar sus efímeras vidas. Pero esos senderos suyos parecen infinitos y los presiento duros como raíles. Es usted un soñador, de esos que buscan eternamente. Para mí la realidad se impone, pero devolveré el libro con la esperanza de encontrarle en la siguiente lectura.

14/02/1976
Querida Lectora:

Constato que el mundo es francamente difícil de domar, pero un hombre sin pasión no es más que una posibilidad. Esta vez he saltado los capítulos impares y me reafirmo en que la vida es tan frágil como tu reflejo en el cristal, tan aleatoria como el camino de tus gotas de lluvia. Mis andanzas me hablan de sueños libres, tan resistentes que pueden sobrevivirnos.

Te imagino etérea sobre el paisaje cambiante desde el tren y mi mente se escapa hasta esa estación donde, sin que tu ni yo lo sepamos, se encuentran y se abrazan entre el gentío tu ternura y mi destino.

Me pierdo en tus pupilas por las que discurren las ciudades hasta que te poseo. Si, nuestras bocas están llenas de peces inquietos y hay en ellas una profundidad abisal de sentimientos inexplorados, que son como esas especies desconocidas, ciegas, invertebradas, cuyo metabolismo ralentizado les perseverará durante siglos a cambio de no ver jamás la luz de la superficie.

14/02/1993
Estimado Lector:

Te has preguntado alguna vez porqué permanecemos entre las páginas. Quizá ésta sea una de esas historias que ya nadie lee. Sólo nosotros continuamos obcecados en crecer sobre un deseo contenido, como dos besos caídos desde los labios de una belleza caduca.

Hace años que no pisaba la ciudad y tengo dos hijas. Me propuse no volver a tocar esta novela, pero irremediablemente he regresado a sus profundidades, como una de esas criaturas de cara hostil que tienen sobre la frente una antena a modo de lamparita. Te busco y descubro que hace años te inventé, paseando la mirada que quise azul por los bancos de los parques de Paris, en invierno, leyendo las marcas de los besos adolescentes que quedaron allí desde antiguas primaveras. Ni yo misma, creo en este confín para enamorarse de manera insondable a través de las líneas y del tiempo. En este pasadizo que tú abriste, pero una vez más lo recorro, junto a los insectos de plata que han devorado ya mis primeras palabras, escritas cuando no sabía nada del ladrón del tiempo ni había soledad en la melancolía.

19/12/2000
Querida Lectora:

Ahora que los años nos hacen sentir menos y olvidar más, me doy cuenta de que soy yo quien se ha plegado ante los días. No sabes cuantas veces he querido preguntar tu dirección y rescatarte del reflejo en la ventanilla para hacerte carne y latido, pero eso duraría solamente una vida, destruyendo nuestra ensoñación, tal vez sofisma, pero sin embargo, eterna. Una teoría de física asegura que al entrelazar las páginas de dos libros se desarrolla una unión capaz de levantar toneladas. Al entrelazar las hojas de esta novela con nuestra vida hemos generado una fuerza infinita.

14/12/2017
Estimado Lector:

Nuestro vínculo se destruirá mañana cuando cierren la biblioteca por obsoleta. Ahora, las palabras viajan como la luz, se habla con los pulgares y los besos son ridículas caritas amarillas y uniformes.

Pensaba robar lo único que he poseído de ti, esconderlo en el cajón, donde guardo los primeros dientes de mis hijas y el reloj parado del hombre tangible que compartió mi vida. Pero lo devolveré a su estante para que desaparezca junto a los poetas y librepensadores. No creo que nadie lo lea nunca, pero todos deberían saber que existió.

Ahora, cuando la tapa está a punto de romperse, por fin te comprendo y sí, quiero ser la chica del tren que sueña con el joven de mirada azul, para siempre.

14/02/2123
Estimada Cibernauta:

No me conoces, soy estudiante y mi sueño es doblegar el mundo. Buscando datos para mi trabajo sobre un escritor sudamericano del siglo veinte, me aventuré a consultar la Base Internacional de Libros Antiguos, dando con este ejemplar de Rayuela. Por lo visto, al cerrar una vieja biblioteca Argentina, fue vendido en varios rastrillos y acabó milagrosamente escaneado en el año 2087 en la Bibliothèque Virtuelle de Paris.

Tanto por su calidad literaria, como por la cantidad y variedad de historias que reflejan las casi trescientas cartas manuscritas en él encontradas, este libro es para mí una revelación?

(Laura Cabedo)

Nota: Carta finalista de la XII Edición del certamen de cartas de amor Antonio Villalba, organizado por la Escuela de Escritores.

Costuras térmicas


Llovía a cántaros, de eso sí que me acuerdo. No, a mares. Llovía a mares.

Tú quisiste que nos encontrásemos en el parque, y eso que llovía a mares. Ya por teléfono me di cuenta de que no tenía mucho margen para dar mi opinión. Así que te esperé en el parque, porque llegué antes que tú, como siempre. Me resguardé bajo un árbol frondoso, no me preguntes qué árbol era, porque ya sabes que yo no distingo un abeto de un abedul. Pero era frondoso, de eso sí que me acuerdo, y me mantuvo seco.

Tú llegaste chorreando, y sin mediar saludo te pusiste a hablar. No recuerdo bien qué me dijiste, pero estabas empapada, de eso sí que me acuerdo. Llevabas una camiseta blanca con un dibujo de una mariposa en tonos naranja, rosa y morado, un dibujo muy ligero, pero me fijé bien en él. La camiseta se te pegaba al cuerpo como si fuera una segunda piel, dejando ver, bueno, no ver, pero sí adivinar el piercing que llevabas en el ombligo. Era una mariposa también, se ve que en esa época te iban las mariposas.

Estabas empapada, y no dejabas de hablar. Hablabas muy seria, me mirabas fijamente y me acusabas de cosas, cosas que no recuerdo bien. Que no te dejaba espacio, o que no te prestaba atención, una de esas cosas. Yo no podía dejar de mirarte, me fijaba en tu pelo negro rizado pegado al cráneo, y en como una gota gruesa de agua bajaba en tirabuzón por un rizo que se pegaba a tu frente. Luego la gota seguía bajando, primero por el puente de la nariz, donde tenías otro piercing, este más pequeñito, pero creo que también era una mariposa. Después la gota seguía por la mejilla, y se unía con más gotas.

Ahí creo que se mezclaba con lágrimas. No puedo estar seguro, pero me parece que llorabas, o al menos así lo recuerdo. Me habría gustado lamerte la cara para probar el sabor de las gotas y distinguir así las gotas de lluvia de tus lágrimas, pero por tu conversación me pareció fuera de lugar. No puedo recordar exactamente qué estabas diciendo, pero sí que recuerdo que lamerte la cara me pareció inapropiado en ese momento, así que decidí no hacerlo. No puedo afirmar, entonces, si llorabas o no.

Sí que recuerdo que estabas calada, porque sólo llevabas vaqueros y una camiseta blanca con un dibujo de una mariposa. Me pareció totalmente inadecuado para un día como ese, que llovía a mares. Yo llevaba puesto mi chubasquero caro, el que me compré para mi viaje a Noruega cuando leí que en Noruega llovía mucho. Y era cierto, llovía mucho, pero yo casi no me mojé en Noruega porque me había comprado mi chubasquero. Tiene costuras térmicas, me dijo el de la tienda, por eso no se cala. Y además la tela es transpirable, así te mantiene seco por dentro. Yo ese día lo llevaba puesto, por eso iba seco por dentro, mientras que tú estabas empapada.

Recuerdo bien que una pequeña ráfaga de viento sopló en mi dirección, y me trajo un ligero olor a champú. A pesar del fuerte olor a tierra mojada, que cubría cualquier otro olor, sí que recuerdo que me llegó ligeramente ese aroma. Creo recordar que era el champú Jonhson?s para niños, el que tú usabas. Así que pensé que te habrías lavado el pelo antes de venir, lo que me pareció absurdo, porque llovía a mares.

Tú hablabas y hablabas, y yo me mantenía seco y en silencio. Me parecía lo apropiado, respetar tus palabras. Yo no las estaba escuchando realmente, pero las respetaba. En realidad, yo me fijaba en ti. Recuerdo que la camiseta blanca se te pegaba al cuerpo como una segunda piel, dejando notar el sujetador negro que llevabas. Sencillo, liso en la copa, con bordados en forma de puntilla en los tirantes, que formaban pequeñas hendiduras en tus hombros. Creo, pero no estoy seguro, que tenía un lacito o algo así, una mariposa, tal vez, en el centro, en la unión entre las dos copas. Sin embargo, me puedo estar confundiendo con la mariposa del piercing que llevabas en el ombligo, porque de eso sí que me acuerdo.

El tiempo hace que mezcle algunos recuerdos. Por ejemplo, no sé muy bien qué me estabas diciendo. Bueno, no recuerdo tus palabras, pero sí entendí que me estabas dejando. No puedo precisar bien por qué, si es que no te dejaba espacio o no te prestaba suficiente atención, pero sí puedo afirmar que estabas rompiendo conmigo. Esto es un hecho, sobre todo porque después de ese día en el parque, que recuerdo que llovía a mares, no nos vimos más.

Hoy me reprocho no haber escuchado mejor tus palabras, me habría gustado recordarlas. Hubiera sido importante saber qué me estabas diciendo, pero no puedo recordar exactamente cuáles fueron tus palabras. Sólo recuerdo que llovía a mares. Y que tú estabas empapada porque llevabas una camiseta blanca con un dibujo de una mariposa que se te pegaba al cuerpo como una segunda piel. En cambio yo llevaba el chubasquero que compré para ir a Noruega, que me mantenía seco por dentro. De eso sí que me acuerdo.

(Adrián Gualdoni)

Nota: Carta ganadora de la XII Edición del certamen de cartas de amor Antonio Villalba, organizado por la Escuela de Escritores.
viernes, 22 de febrero de 2013 | By: Abril

Diferente


Soy igual a todas las mujeres por mi naturaleza, sólo que no me parezco a nadie cuando contigo pierdo el control de ella.

Soy igual a todas las mujeres, porque mi voz se parece a la de muchas, aunque sólo yo puedo susurrarte palabras que nunca te han dicho ni te dirán.

Soy igual a cualquiera porque como todas, camino, sólo que mis pasos se hacen irrepetibles cuando te tomo del brazo.

Soy igual a todas, porque disfruto sexo, aunque cada quien tiene un estilo único al hacer el amor.

Soy igual porque me encanta un rostro sonriente, sólo que ninguna tiene la fortuna de ser la razón de tus más hermosas sonrisas.

Soy igual a muchas porque quieren a su lado un bello amor, aunque únicamente yo soy capaz de tenerte sin tocarte.

Soy igual a tantas que escriben, sólo que mis palabras son para ti.

Yo soy tan igual, tan común, tan predecible, que entre tantas parecidas es difícil distinguirme.

Sólo cuando decidas mirar sin tu mente, sabrás que soy, he sido y seré para ti… diferente.

Desde BC, mi rincón existencial, donde únicamente unos ojos diferentes, me ven…diferente.

(Andrea Guadalupe)

...Como si nada


...Como si nada, de la nada misma que significa para nosotros muchas veces esa muchedumbre que a diario nos rodea, y sin saberlo, sin esperarlo, sin planearlo, de repente, casi por milagro en una cita corriente, compartiendo una mesa cualquiera, en un lugar cualquiera, mis ojos se vieron invadidos por tu mirada, y mi piel recibió el mensaje de tu piel...y así de repente, de no ser nadie para mí, de nunca haber tenido el mas mínimo indicio de tu existencia, te apareces en mi vida e inundas mis sentidos de todos tus encantos...

...Y así, con cada mirada, con cada respiro del aire que envolvía nuestros cuerpos, te fuiste transformando en un nombre y una imagen... Ya no eras nadie, empezabas a ser "Tú" para mí...

...Tu mirada me mordía por dentro descontrolando mis sentidos...tu espíritu juguetón comenzó a ser escarnio de mi timidez y con cada punzada de tus encantos, mi corazón se estremecía acelerando el torrente vital que me recorría con un gélido calor de pies a cabeza...

...Cuando era hora de seguir nuestro viaje, tú hacia tu mundo y yo en mi esfera, una mirada cómplice acompañó nuestra despedida...como queriendo suspender el momento y hacer de ese segundo un montón de vida, nos alejamos quizás íntimamente con alguna esperanza de volver a sentir lo sentido o quizás sólo agradeciendo el momento vivido...

Pero luego, de vuelta al desierto de lo cotidiano y en cualquier momento y sin mediar nada de por medio, tú aparecías a cada instante por mi mente... y tu mirada, tu voz, tu risa generosa, tus gestos al hablar, se convertían en un bálsamo para mi opaca existencia... pero sabía que eras parte de otro mundo, que otros buscan y necesitan de tu presencia y pensé en ese momento intentar borrarte de mí, pero eso era imposible, porque sólo quería retenerte...

...tu siempre más directa y más abierta, diste ese primer paso, sembrando en mí la semilla de la esperanza... ¿acaso podrá ser real?, me preguntaba a cada rato...te veía y aún te veo como una mujer demasiado hermosa para que hubieras puesto tus ojos y tus sentidos en un hombre sencillo como yo... no es falsa modestia, es que simplemente no esperaba este regalo que ha sido conocerte y poder quererte...

Por eso te digo siempre y mil veces que eres mi diosa, mi mujer de miel y fuego, que has llegado a mí casi por magia divina y que poco a poco, beso a beso, caricia a caricia, quiero hacerte aterrizar en mi terrenal corazón...

...y así en poca vida que hemos podido compartir, de no ser nadie para mí, te convertiste rápidamente en todo para mí... cuando estás a mi lado, trato que sientas a cada instante que me eres muy importante y que me haces sentir orgulloso de tu compañía...y cuando no estás, te extraño a morir, te extraño tanto que siento miedo de que tu ausencia algún día no tenga fin en un reencuentro...

Bebota mía, mi bella flor de piel color canela has penetrado todas las membranas de mi cuerpo, has traspasado todas las corazas de mi alma, has llegado como un afilado cuchillo directo a mi corazón...y es ahí donde quiero que te quedes...

...bebota de ensueño, mi ilusión de amor, todo lo que yo pudiera entregarte jamás podría igualar a la alegría de vivir, a la pasión de tus besos y a la belleza de tu cuerpo, que cada día me regalas con tu presencia en mi vida...por eso, siento que decirte que te necesito o que te extraño día a día no es suficiente... Quizás aún no logre dimensionar el espacio que estas ocupando aceleradamente en mi corazón...

...bebota, mujer mágica, mujer que a puesto de cabeza toda mi razón, mujer que merece todo mi espacio y mi mundo interior... te invito a volar por los sueños azules de nuestra sinrazón, te invito a inventar los espacios para nuestro amor...te invito a crear un mundo quizás muy pequeño... pero en el que cabremos los dos...

(Ignacio)
jueves, 21 de febrero de 2013 | By: Abril

Hoy dormiré pensando en ti...

 
Hoy dormiré pensando en ti, no por un amor profuso ni por una pasión desbordante. Dormiré pensando en la batalla vencida de un corazón consumido, en la victoria del adusto raciocinio que me obligó a caer en tus brazos.
 
Hoy dormiré pensando en ti, no por una conspiración profética para amarte, no por la ancestral trama de amor arrebatado y romance embelesador, ni siquiera por el afable agrado o el deleite que me causa tu compañía, duermo pensando en ti porque no tengo opciones para evitar la pesadumbre de un amor inacabado y falto de sobriedad.
 
Pensaré en ti porque lo mereces, porque cada vez que duermo pensando en quien amo quebrantó lo poco que queda de mi. Pensaré en la resignación, en la entereza y en el vacío que me embarga por no poder estar a su lado. Cubriré cada ápice de tristeza con cada una de tus irrupciones en mi pensamiento, con cada beso apócrifo que suministre integridad a mi existir.

Hoy dormiré pensando en ti porque quiero mentirme dulcemente, porque lo amo más que siempre y su recuerdo me quebranta con una lentitud interminable y torturadora.
 
Te ofrezco mis pensamientos está noche, te los entrego eternamente si es necesario ¿podrás fingir conmigo? ¿Querrás disfrazar mi amor entumecido con los sucios ropajes de un engaño?
 
No te detengas entonces, mintamos y actuemos en este escenario de hipocresía estimulante, de farsa provocadora…
 
(Pamela Loubet )
miércoles, 20 de febrero de 2013 | By: Abril

Lo nuestro...

 
Odio los finales desde que desapareciste de mi vida sin decir adiós. Te fuiste como una de esas canciones que terminan bajando el volumen progresivamente, repitiendo que me querías, que me querías, que me querías, sólo que cada vez más bajito, hasta que finalmente dejé de oír que me querías.

Detesto haber sido feliz en tantas partes. No me quedan lugares vírgenes de ti. Y no me gusta que me pregunten dónde estás, que por qué no viniste o que te manden recuerdos. Porque eso es lo único que tengo, un montón de recuerdos que se acurrucan en la almohada cada noche, que se esconden del frío olvido en las zapatillas que me regalaste, que se ríen protegidos en los álbumes de fotos...

Aborrezco esta ciudad porque te llevaste contigo todo lo bueno. Las calles y las esquinas, que siempre creí nuestras, resultaron ser sólo tuyas. Las plazas, también. A mí me quedó sólo el gris de las baldosas, las sombras de lo que pudimos haber sido y los besos que no te di, errantes huérfanos entre tu boca y la mía, alientos suspendidos en el aire a merced del viento y los inviernos.

Pero por más que lo intento, no consigo odiarte. Porque tus ojos, aunque no estén a mi alcance, siguen siendo el único camino que conozco para alcanzar el fin del mundo. Porque cuando casi nació nuestro bebé, las lágrimas que recorrieron nuestras mejillas fueron ciertamente eternas. Y no. No tuvimos la culpa de perder a nuestra pequeña Raquel (si era niña) o a Miguelito (si era niño). Ni tú, ni yo. Quizás fue ella, o él, quien prefirió morir en tu vientre, intuyendo que no podría luchar contra nuestras diferencias. Eso sí fue culpa nuestra. Tuya por no sonreír, mía por no saber cómo hacerte sonreír. Tuya por huir sin mirar atrás. Mía por no salir tras tus pasos.

Se nos hizo tarde entre excusas y reproches. Olvidamos soñar por las noches y el día amaneció gris. Confundimos la lluvia con los paraguas. Nos protegimos de las lágrimas y nos hicimos impermeables. Equivocamos los labios con las piedras. Dejamos de besarnos y nos abandonamos en los márgenes del camino. Traicionamos a las palabras importantes y nos fuimos como una canción... repitiendo que me querías, que te quería, que me querías, que te quería, sólo que cada vez más bajito, hasta que finalmente dejamos de querernos.
 
(Jaume Pons)

Los pies fríos...

 
Hay tantas cosas que no pude contarte...

Nunca te dije que debajo de la sábana, escondí una nave espacial que te lleva a cualquier lugar, perfectamente armada con sueños contra las peores pesadillas. Para empezar el viaje sólo tienes que cubrirte completamente con el edredón y cerrar la escotilla superior con la almohada. Puede que al principio te cueste respirar y que el aire te parezca escaso, pero te acostumbras rápido. Cuando estés lista, cierra los ojos y cuenta 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 y 0. Entonces oirás un pequeño pitido, como el de un silbato para perros, y se encenderán millones de luces de colores.

Pulsando un botón, el redondo de color rojo, aparece una enorme escalinata. Y por allí, iluminada por un foco, desciende ella. Ella es una pera que baila con su bastón, su chistera y sus zapatos de charol negros. No hay nada mejor contra el miedo que ver su espectáculo.

Bajando hasta los pies de la cama, a mano derecha parpadea una ventana sin cristal. Al principio parece peligroso asomarse a ella, pero no temas. Al otro lado revolotean los amables pájaros tiburón, grandes águilas con dientes de leche y una aleta que asoma cuando atraviesan las nubes del cielo. Escúchalas con atención. Emiten un sonido parecido a los besos de mamá.

Después está el horno de tortillas de patata. Basta con olerlas para saber que están buenísimas y ya sabes, ¿quién quiere contar ovejas cuando se pueden oler tortillas de patata?

Creo que tampoco te hablé de los dados que siempre sacan seis, ni de las monedas que desaparecen si sale cara y que se multiplican si sale cruz. Me quedó tanto por explicarte...

Nuestro caballo Garrimancho hace mucho que no viene a visitarme. Me encantaría sentir su cabeza golpeando mi hombro como solía hacer para llamar la atención y daría una mano por volver a cabalgar contigo. Nunca te lo dije, pero me encantaba la canción que le susurrabas al oído para que corriera más y más. Agarrado a tu cintura era feliz.

Nuestras peleas por los caramelos de café, las carreras de barquitos de cáscara de nuez, los deseos que pedíamos a los angelitos que atrapábamos al vuelo, las promesas de que nunca nadie nos iba a separar... Te echo tanto de menos...

Sólo puedo decirte que lo siento, que crecí sin querer. Empecé a sospecharlo al mirarme al espejo una mañana y no verte tras de mí. Estuve prácticamente seguro al comprobar poco después que en la mesa del desayuno sólo había un bol. Y no me quedó ninguna duda cuando llegó el primer día de escuela y no estabas para acompañarme.

Te perdí sin darme cuenta. Como antes había perdido a Garrimancho. ¿Quién sabe? Quizás ahora estés cómodamente sentada en su lomo, acariciando con las manos su crin negra, o recostada en nuestro árbol secreto mientras él salpica hierba con su elegante trote.

Y yo aquí, sentado en el pupitre en mi primer día de clase, temiendo que no vuelvas jamás, temiendo que esta noche, cuando me sumerja bajo las sábanas, no encuentre más que un par de pies fríos de niño mayor.


(A Selene, mi amiga imaginaria.)
 
(Jaume Pons)
 

Vino


Recuerdo el día en que te conocí. No sé si me gustaste por tus ojos tan expresivos, tu forma de vestir, que tenía algo de estrafalario, o esa manera tan poco elegante de agarrar tu copa de vino ¡Todos los dedos sobre el cristal! ¿Querías calentar el caldo? Mientras, ibas dando pequeños sorbos al excelente vino, como no podía ser de otra forma en una fiesta dada por Alfonso.

En realidad todos agarrábamos nuestras copas, bebíamos mientras charlábamos e íbamos notando el calor del jubileo en la sangre. No te conocía, pero usando algún amigo como plinton, terminé charlando en el mismo grupo de gente en el que estabas, y mientras me esforzaba en encontrar la excusa para entrar en la conversación, tú me lanzaste a bocajarro un: “está buenísimo este marqués de murrieta”. Yo sabía poco de vinos, pero tú ¡Agarrando la copa de aquella manera!. Me confié y exprimí lo poco que sabía sobre el tema, lo mismo que debiste hacer tú, y fue justo en ese instante, cuando dejamos de hablar de lo que no sabíamos, cuando empezamos a encontrar nuestros espacios comunes.

Se abrieron 27 botellas de vino más, se contaron 11 chistes, se charló de 12 temas diferentes, se profirieron 1.328 carcajadas (en 527 ocasiones: forzadas), se fumaron 217 cigarrillos, 5 estornudos y 3 ¡Jesús!, hubo 2 erecciones, 4 escalofríos (3 por la corriente de aire y 1 de emoción) y a una chica le bajo la regla, pero no se enteró. Mientras ocurría todo aquello, yo me convencía de que eras un dulce con epidermis, un caramelo con pulmones, un sugus con mucho caracter y con un culo muy bonito. ¡Qué le voy a hacer! El vino te empuja a la subjetividad. Tal vez por eso te gusta tanto, tal vez por eso me gustas tanto tú.
(Marcos Hernando Jiménez)

(Nota: Le agradezco a Jaime (papagayo_desplumado) que me haya prestado parte de su poesía "Fiesta I" para destrozarla e incustrarla en este cuento. Hay que joderse, con lo chula que es esa poesía.)

Te has ido


“Vivir es un ejercicio de gozo y dolor”.

Te has ido, has cerrado la puerta de lo que “éramos” y te has llevado de mi casa tu presencia, que no tu recuerdo.

Hoy el mundo se vuelve a desmoronar a la espera de una nueva reconstrucción que no se vislumbra. Hoy odio las parejas que se besan por la calle.

Tal vez esto sea un llanto con formato de Times New Roman 12 puntos que va mojando el papel.

Siempre he pensado que cuando la lágrima asoma no se debe poner barrera, el cuerpo deshoga la impotencia como cuando está cansado y duerme. La tristeza, como una fórmula de física o química, nos vence de la misma forma y el desconsuelo es un campo eterno sin horizontes ni sendas.
Hoy dejo que mi mente se hunda en la melancolía y la nostalgia y me ahogaría en ellas, pero no puedo, sé que flota y que volverá tosiendo recuerdos que ya no significan nada.

La pelea ante el dolor es esfuerzo constante de seguir respirando, es el instinto de supervivencia que nos salva, la sucesión de fichas de dominó que nos llevan hasta otra canción, esta...ya se ha terminado.

(Marcos Hernando Jiménez )

No me mandes cartas de amor

No, no quiero tus abrazos codificados en lenguajes que me son ajenos. ¿Por qué insistes en comprimir tus besos en sórdidos archivos informáticos que corrompen mis sentidos? Me hieren de muerte tus caricias virtuales y detesto que me susurren los labios recargables del iphone que me regalaste.
 
Resígnate, cielo, no insistas, mis ojos no saben encontrar tu luz bajo una nube de megas. He desconectado el antivirus para que me contagies tus gozos, tus penas, tus sueños y querencias. No estoy hecho para acariciar teclados y no anhelo más redes que las que trenzan tus cabellos. Desagrégame de tus amigos. No quiero tener Nombre de Usuario.

Soy incapaz de memorizar más contraseñas, y tan sólo una permanece en mi recuerdo: el fugaz roce de tus pies bajo las sábanas. Allí, bajo ellas, mientras tus piernas me apresan, ansío entonces, y sólo entonces, descifrar tus secretos. Soy un criptógrafo frustrado por tu larga ausencia.

No me escribas cartas de amor, te lo ruego, y si has de hacerlo, hazlo de tu puño y letra para mostrarme, al menos, el temblor de tus dedos cuando mis manos no encuentran. Pon fin a mi suplicio y vuelve pronto, pequeña, que me estoy apagando sin tu litio entre mis venas.

(Víctor)

Carta de un tonto a su amada...


Segundo domingo del mes de noviembre de mil novecientos prefiero no acordarme...

Querida Analepsia:

Las noches sin ti son frías. Obvio, ya no hay quien caliente mis pies. Obvio, ya no hay quien cubra mi espalda. En fin, ya no hay nada… Sí, sé lo que estarás pensando: ¡Nunca ha habido nadie desde que nos conocemos! Al menos eso es lo que yo creía, y me hubiera gustado seguir cobijado con esa ignorancia; porque, a veces, decir la verdad duele más que si te halaran, juntos, todos los pelos de la nariz. Si extraer una sola hebra, con el cuidado de quien lleva una taza de café hirviendo sobre la cabeza, te duele hasta el culo, imaginá el resto...

Y lo que más pesa, son tus sonrisas por doquier, ahuyentando mis noches de sueño, inventando tormentas para mis ojos (suspiro). ¡¿Valdrá la pena tanto amor?!

Debo decir (decirte) que no me gusta sentir golpes en el pecho y menos cuando la estaca con la que me empalan, es tu nombre. Eso me hace sentir deshabitado, quisquilloso, molesto, ausente…

Ayer que estuve contigo, me di cuenta de que resiento cada parte de tu cuerpo (ese que está conmigo, pero sin ti), más cuando la sed de tu ausencia me inunda el sexo vil. Ahora que, llamarle vil no es gratuito: son noches y noches tratando de desprenderme de tu aliento tras mi piel, pero por más que froto, solo consigo aferrarme aún más a tu tiempo.

¿Sabés -yo sé que no sabes, pero supondré que sí-?… ¿Sabés?: me hacés falta. Me haces falta vos y tu espalda iluminada, vos y tu cama a media luz, vos y la parte de mí que se perdió en vos. Y ahí no hay vuelta de hoja. Yo no puedo ser más libro abierto, ni más hoja suelta de lo que he sido contigo. No puedo ser creador de ilusiones donde la tierra es seca y árida…

Y da rabia, rabia de sentirte ajena, de sentirme inservible. Me mirás y siento que estoy completo, como en el principio de los tiempos. Vos sos la esencia que justifica el aire que respiro, y sin embargo, de tu parte, no hay rastros de mí. Yo, al contrario, te miro y me tiemblan las ganas de besarte, de hacerte en sopa y tragarte en migajas, para que nadie se te acerque, y que sepan que me alimentas sólo a mí.

Pero volviendo al punto, mujer (aquel donde te hablo de la frialdad), la obviedad, a veces, responde a subjetividades disímiles. Y, en tu caso, mi amor (si se me permite la salvedad), la interpretación que yo obtengo de tu corazón es distinta del canto que mana de tu razón.

No es lo mismo, por ejemplo, que vaya a vos con los brazos abiertos, y que vos me recibas dispuesta a dejarte hacer, pero sin reciprocidad, a que vayas vos con las ganas traviesas y que yo te reciba con mi aliento. No es lo mismo.

Pero decíme vos si, ¿Al fin el hombre (este en particular) puede saber qué carajo quieren de él? Y conste que la interrogante tiene nombre, el tuyo: piel luna, bordes blancos, cristales ajenos y voces perdidas en el oído de otro, son las acusaciones.

Quizá acá deba detenerme y explotar, digo explicar que no hay derecho:

¡No hay derecho a que yo me consuma con el veneno de los celos, cuando le endulzas la boca a otro, a ese que acaba de regalar el mundo, con hipoteca incluida!

¡No hay derecho a entregar la pluma al olvido, por culpa de lo obvio (y que quede constancia que no es reclamo, es protesta), porque, si de amores hablamos, al que yo te profeso sólo le falta correr para tirarse bajo tus pies y evitar que estos toquen la tierra, que ya mucho ha sufrido con desamores!

¡No hay derecho a pasar noches en vela, escribiendo epístolas para un santo imaginario y absurdo, además, anotando el diario vivir de las desventuras de un acongojado corazón, sólo para que tu no te enteres del dolor que me causa tu sonrisa de “amiga y nada más”, cuando te abrazo con la nostalgia de mi cuerpo!

Porque he de recalcar que, que mis manos, cuando te tocan, no son simples sanguijuelas, prendidas de tu carne. No. Son murallas que te quieren proteger (quieras o no) de los espíritus chocarreros, como el que hoy te lame el cutis. Pero, ya sabes como termina el cuento (escrito en alguna parte está. Yo recuerdo), que siempre las almas bondadosas, como la mía, se quedan añorando bocas, como la tuya.

Ana, me gustaría seguir describiendo la parábola de tus huellas sobre mi almohada, pero, en algún momento debo dormir. Lo creas o no, el cuerpo reclama por los embates del abandono, más que de costumbre, cuando el amor se viste de sueños inalcanzables. ¡Cobardía!, dirás. Es posible, pero, ¿de quién? ¿Tuya? ¿Mía?

Sé que el dolor que me está llenado de mierda el alma, tiene un solo dueño, el que viste y calza estás mismas letras que hoy ensucian tu vista. Pero, te recuerdo, que para parirlo se necesitaron dos. Ahora, que yo nos amo, y puedo cargar con tu parte, no quiero lágrimas de culpa y menos de compasión.

En fin, hay que darle tiempo al tiempo, para que las aguas se aclaren, aún cuando la mejor forma de combatir la soledad, no sea en soledad. Sin embargo, en este momento, es lo que menos hastío me causa. Quizá si le doy tiempo al tiempo, al tuyo y al mío, algún día me reiré de la gracia que hoy te cuelga de la angelical muerte que cuelga de tus labios.

Arden. Las despedidas son así de peligrosas, de malignas y furtivas, pero eso no quita que no sean justas y necesarias. Por eso ya debo decir adiós, para irme a la cama, que, a esta hora, es tan fría como la foto que me regalaste hace tres años y que guardo bajo la almohada. Aunque, en noches como esta, suele ser buena amante.

Bueno. Salúdame al que se dice dueño del olor de tu piel.


Con la sospecha de siempre, afectuosísimamente tuyo, “el que sólo puede ser tu amigo”, o sea, yo.



Posdata:

Lo que hoy me dispongo (inventarte con mis manos), sólo es alivio momentáneo, mañana ya vendrán los olores de la culpa, nada que una ducha bien fría no pueda resolver.

Únicamente quería sentar postura y decirte que así estamos: o te pido perdón por los malos pensamientos y desando los odios (que me han salido al costo, por el individuo ese); o te pido perdón y me veo en tus ojos, sin más; o seguís muriendo, azotando, estallando, sepultándonos…

Un beso.
(Diego Murcia "Sarnahuixtli")

Una hora más, es lo de menos...

 
Amanece despacio en este lado del mundo que adelantara una hora hasta marzo. Es una hora mas tarde para todos en estas latitudes. Para nosotros dos, seres extraños, ¿son tres años más tarde o una vida más temprano?

Al fin y al cabo, en ese entonces no nos importaba el transcurso del tiempo. En aquellos días, veíamos con ojos asombrados el reloj y reíamos, a sabiendas de que una nueva noche había pasado entre juegos y caricias, entre charlas y misterios y cocina gourmet. Entre Sabina y Cortazar. Entre el jazz y el ron y el vino. Otro cigarrillo, otro café. Y los minutos jugando en el borde de la taza, donde mi nariz se entromete con mis ojos. El paso del tiempo nos causaba gracia: no dejaba de sorprendernos lo efímero de las horas, no dejaba de asombrarnos que fuera tan corto el día tan solo con la afable presencia del silencio al otro lado del cuarto.

Pero hoy, amanece, y siento que envejezco con cada minuto de tu ausencia. No se si contar las horas pasadas, las horas vividas, o el tiempo que falte para volver a encontrarte. Lo destructivo no es la soledad, claro que no. Sino la inutilidad de las horas cuando estas lejos. El amor pasa a un segundo plano cuando lo que de verdad se extraña es la sensación de plenitud que genera amarte tanto.
La pregunta viene sola.

¿Te amo? Que se yo. Pero te ame tanto, cielo. Para mí, no existían otros ojos, si no eran los tuyos. De ese azul tan intenso, o de ese negro tan sombrío. Me gustaría que tomáramos un café, en algún bar de Madrid, o Praga o Viena. Me gustaría que riéramos como buenos amigos, mirando caer el sol en el río de la ciudad de nuestros amores. Pero no estas. Dejaste caer un manto de gélido silencio, donde el único sonido que se escucha, es el de mi voz llamándote. Y como única respuesta a mi dolor, el eco de tus pasos, alejándote en el tiempo.

MarMaga (alias:Marianela Daraio)

El hombre perfecto para ti

Solía escuchar con atención cada palabra que decías; aunque fueran vacías y sin importancia. Solía quitar el cabello de tu rostro; pero siempre dejaba uno en tus labios, a propósito; sólo porque me gustaba como te veías así. Solía decirte todo el tiempo lo bien que hueles. Solía apoyar mi cabeza suavemente sobre tu terso brazo cuando estabas ocupada escribiendo algo, porque me gusta lo suave que es tu piel. Solía besarte jugetonamente en la mejilla cuando te sentías mal; porque nadie más lo hace.

¿Y querías alguien dulce?

Cuando estaba cerca de ti, mis amigas solían mirarme con rabia. Cuando te alejabas; con lástima. Cuando me ponía de pie, alguien susurraba a mi oído las cosas más horribles de ti. Cuando daba un paso, sentía como tus pretendientes soñaban conmigo muerto. Cuando llegaba a mi asiento, mi propia conciencia empezaba a decirme que debía alejarme de ti. Cuando tomaba mi esfero, encontraba centenares de anotaciones que no recordaba haber hecho; todas decían que no debía caer en tu trampa. Cuando me cubría el rostro para pensar; algo imposible bajo el ataque de todos los que me rodeaban, decidía una vez más, igual que cada día, que debía darte... darnos.. una última oportunidad... una última más..., sin importar con cuantos tuviera que pelear; a cuantos tuviera que ignorar; cuantos amigos tendría que traicionar, sólo con la esperanza de estar contigo.

¿Y querías alguien fuerte?

Un día viniste a mí emocionada, porque alguien acababa de decirte que te amaba en francés. ¡Ja!
No sé si te lo mencioné; pero aprendí a decirte lo que siento en más de seis idiomas, mi favorito, en latín. Te lo dije una vez; respondiste que no entendías ni una palabra. Lo escribí para ti. Seguías sin entender. Te dije lo que era, palabra por palabra, y arruinaste la magia. Probablemente ya no lo recuerdas, pero yo sí. “Ab imo pectore amo te...” Tú nombre iba al final; pero no lo voy a poner. Intento olvidarte después de todo.

¿Y querías alguien inteligente?

Tú, Calíope, la musa de bella voz. Yo, Tántalo, el titán condenado para toda la eternidad a una tentación que no puede tener.
Tampoco me sorprendería si no lo recuerdas.
Es una historia que pensé para nosotros. No, claro que no. Nunca la escribí; hubiera sido un pecado hacerlo, pero la susurré a tú oído, escribí pasajes en tu mano, la vivimos cada uno por nuestro lado. El escenario principal fue la oscuridad de nuestro curso; la frialdad de tu banca y el café de tus ojos.
Cuando creía estar cerca de ti, pasaba algo y salías de mi alcance. Lo que me hacías sentir, siempre me inspiraba a escribir las cosas más sombrías... Curioso; pues la mayoría del tiempo sentía exactamente lo opuesto por ti; siempre te quise. Aquellas dos situaciones se repetían sin cesar una y otra vez. Todos podían ver claramente la monotonía, menos los personajes, menos nosotros.
Tú y yo fuimos una más de mis historias, mi favorita si me preguntas.

¿Y querías alguien visionario?

Siempre estaba ahí cuando necesitabas alguien con quien llorar; con quien desahogarte, a quien decirle que el nosecuantino es un idiota. Por ti hubiera frenado el infierno de ser necesario.

Cuando no sabías qué hacer, cuando debías tomar una decisión, o simplemente cuando estabas aburrida, era yo quien susurraba a tu oído que faltaras a clase, que copiaras en la prueba, que fueras novia de ambos, que falsificaras la firma, o que lo haría por ti.

¿Querías un caballero en armadura brillante o querías un ladrón envuelto en sombras?

Decidí que sería todo para ti. Y sin embargo, todo lo que tú veías en mí, era un juguete, ¿no?

Terminé sin ser nada, pero fue una historia divertida, que tal vez algún día escriba y que ahora quiero olvidar.

Espero que encuentres... lo que sea que quieres.

 (Joshua Aguayo)

Querido Andrés:



Cualquier día te escribo una carta.

Te escribo una carta y te saco los colores. Cualquier día te pongo en unas hojas algunas de las cosas que me haces sentir. Cualquier día.

Te escribo una carta y te digo que me haces feliz. No que me haces muy feliz o muchísimo. No. Porque si pongo un adverbio, seguro que me quedo corta. Simplemente: me haces feliz.

Cualquier día te escribo una carta y te cuento que de verte todos los días me rebosan las sonrisas. Que quizá mañana o dentro de poco deje de verte tan a menudo, pero que no me preocupa, ni me asusta. Sé que estas ahí y sabes que yo estoy. Lo sé, lo sabes. Estamos y nos tenemos.

Cualquier día te escribo una carta y te digo que te quiero. Ya te lo he susurrado algunas veces, pero tengo la firme intención de repetírtelo muchas veces y la convicción de que te gusta escucharlo.
Cualquier día de estos me siento a escribirte una carta, una carta de amor, por supuesto. Y te cuento que no tengo muy claro por qué te quiero. No sé si por cómo eres o por cómo me haces ser. No sé si por lo que siento o por lo me haces sentir. No sé si por lo feliz que me haces o por lo que haces para que yo sea feliz. No lo sé, pero la causa no es importante, si la consecuencia.

Cualquier día te pongo por carta que me he propuesto hacerte sonreír a cada momento. Me he propuesto pintar de colores las paredes de tu vida, plantar flores al margen del camino que recorres, sembrar de luces los túneles oscuros donde te pierdas y hacer que nazca música en los silencios que te agobien.

Cualquier día te escribo una carta. E intento convencerte de que si escribo esto es porque tengo la suerte de conocerte, que si puedo juntar cuatro palabras es porque me haces sentir viva , feliz y completa, que si soy capaz de escribirte una carta como esta, es porque tú, cuando sonríes, me haces mejor persona. Y te demuestro que nadie puede darme mas de lo que tú me das. Porque tú me quieres. Y no hay nada mejor que eso.

(Inés)
martes, 19 de febrero de 2013 | By: Abril

Pintor de mentiras



Tu  vida  un  museo  de  ventanas  que asoman  a  mundos  creados   a  capricho,  reinos  perfectos que creíste  que  existían  olvidando  la  realidad,  olvidando  mi nombre.  Cortaste  consciente  un  extremo  del  puente  de cuerda. Demasiadas  lágrimas  por  ti. Seguías tu  camino...  Alguien  me  contaba  tus  andanzas.  Vivías  al límite, alma  salvaje,  valiente  e  indomable.

Me  fui  acostumbrando a  ver  vacío  tu  lado  de  la  cama  sin  proponerme buscar a otro que  ocupara  ese  espacio porque era imposible  encontrar un sustituto  de  ti.  Pasó el tiempo  y  yo  seguía  coleccionando recuerdos,  trocitos tuyos.  Habría  podido  hacer  algo  así como  un  puzle. 
Me  he hecho  impermeable  al  amor,  ya  tuve bastante,  sólo  pido  no  pasar  ni  una  noche  más  pensando en  ti. De  aquello  sólo  me  quedan  marcas  de  batalla,  ...  siempre  esperando a  que aparecieras.

Acabó, pero no hubo adiós. Seguiré el camino cuando recomponga mis  trocitos.  Mi  tarea  ahora:  borrarte,  aunque  duela.  
Siempre,  o  muchas  veces,  lo  impredecible se  hace  posible  y un día  llamaste  a  la  puerta  con  toques  firmes y  seguros. Confiabas  y  sabías  todo  lo  que  te  quería.  Abrí  la  puerta. ¡No  podía  ser verdad!  Deseaba  lanzarme  a  tus  brazos  y  todo  cambió en cuanto te vi. En  un  segundo  pensaba  de  otra  manera  y me abrazaste y nos tomamos un café y me contaste que no te quedarías mucho tiempo pero, con esa crueldad tan tuya, me  ofreciste  tu  amor  mientras  estuvieras  aquí. 
No  habías  cambiado...  ¡Vete,  quiero  que  te  vayas  ahora! grité  enloquecida. Estas  palabras  las  estuve  repitiendo en  mi  cabeza largo tiempo  después  de tu  marcha...otra vez  me  encontraba  en  el  punto  de partida,  otra  vez,  pero  peor que  antes,  con un  dolor  multiplicado.  
Ya no  queda  más  por decir... sólo borrarte aunque duela...

Te quiero por...


Te quiero por cuarenta buenas razones. Te quiero por tu nariz de payaso, por tus ojos multicolores y el pelo saltarín. Te quiero por tus andares de chulapa, por tus abrazos estranguladores y tus encantadores chantajes. Te quiero porque me quieres, porque te enfadaste cuando no te lo dije y porque eres tan soberbia que prefieres estar enfadada a decirme porqué estás enfadada.

Te quiero por tus ronquidos, los cuales niegas, por tus besos cuando duermo y porque nadie me roba las sábanas con tan poca dulzura como tú. Te quiero porque no me mientes, te quiero por soberbia, por lujuria, por gula (es que tu hermana cocina muy bien), por ira (quiero decir, ir a cualquier lugar siempre y cuando estés tu), porque no me dejas ser perezoso, porque soy codicioso, y no hay nada mejor que tú, y quiero dar envidia a la gente cuando me ven contigo.

Porque te adoro, porque no te ríes de mi ignorancia y sí de mis malos chistes. Te quiero porque me diste nuestro primer beso y porque besas genial. Te quiero porque te fijas en las pequeñas cosas en las que nadie más se fija, como en mí. Te quiero porque no te quejas de mi horrenda comida y no te paras quieta en la cocina cuando estoy cocinando. Te quiero porque aunque me quejo de que no me haces caso, siempre me haces caso.

Te quiero porque soy tonto y ya no se vivir sin ti. Te quiero porque, aunque las palabras se las lleve el viento, hago todo lo posible para que éstas se queden entre nosotros. Te quiero porque me has enseñado a hacer el hipopótamo, el Peter Pan y a escuchar a Manson.

Te quiero porque me advertiste que cuarenta razones eran muchas para el poco tiempo que llevamos y también porque me dejaste hacerlo. Te quiero porque estás loca. Te quiero porque nunca chillas y gracias a ti, hablo más bajo. Y ya van treinta y nueve..... La última es la más importante, te quiero, porque sí.

(José Torres)

Tratado de egolatría escatológica


Desde el primer momento que te vi supe, que si no mi vida entera, al menos quería que fueras una gran parte de ella. Lo conseguiste, y todavía trato de olvidarme de que hubo un tiempo en el que fui el ser más feliz de la tierra porque tú caminabas a mi lado. El primer bofetón fue en las ilusiones, tenías novio, aunque de largo se supiera que por poco tiempo duraría.

Y un día, por fin, sólo te quedaba yo para que me contaras cómo te sentías, aunque sé que nunca llegué a conocerte. Eras tú sola para mí. A cada paso que dábamos se desaceleraba el mundo, y dejaba que lo viéramos mejor. Cada paseo salía ese Javier que hasta yo desconocía, divertido, irónico, atrevido, medio loco y pleno de felicidad. Y lo quieras ocultar o no, veía en tus labios una sonrisa, esa sonrisa que me daba la vida y el sentido de la existencia, esas carcajadas medio ahogadas entre tabaco y helado. Para cada trago de cerveza o amargo, estaba yo allí para ti, y tú allí para mí. Cargar con tu mochila, correr contigo para alcanzar un tren. Conseguiste que oyera mis risas y mis carcajadas sinceras, no esas con las que normalmente soy amable con el resto de los vivientes; conseguiste hacerme reír de la cabeza al alma.

¿Cómo es posible que cuando íbamos al mercado, además de traer queso, vino, verduras, velas; yo volviera cargado con kilos de felicidad, satisfecho por un trabajo que ni había hecho? Justo cuando cogías el autobús, ya quería volver a verte, y tras comer necesitaba llamarte para ir a hacer lo ejercicios al parque de Wiesbaden, previo capuchino con mucho azúcar y tres tipos de sirope en la estación de tren. Y a la vuelta una cena en el Kebab, que era la mejor comida del día, pues durante esos meses tuve que comer patatas de todas las formas posibles para poder salir siempre contigo. Cuando llegó la primavera y las barbacoas, cada nota que salía de mi guitarra aullaba 'te quiero'.

Creo que el día más feliz de mi vida fue cuando estuvimos en el lado enfrentado a Bingen, justo donde está el monumento Germania, y a mí el monumento me daba exactamente igual, fue cuando a Juan se le ocurrió bajar la empinada ladera de viñedos hasta un castillo a la orilla del río. En ese momento, en que los dos perdíamos el equilibrio nos cogimos de la mano, no por cariño, sino para no rodar ladera abajo. Si lo hubiera premeditado me habría salido mal. La sonrisa de idiota me duró más de una semana.

Y justo el día antes del examen del segundo semestre de alemán, nos fuimos a la universidad a estudiar. A mí se me escapaba el alma por el pecho. Enamorado como un becerro no podía estarme quieto y nos fuimos al cementerio que estaba al lado. Aún no he llegado a entender cómo es que teníamos esa tanatofilia, que nos hacía estar más a gusto entre los muertos que entre los vivos; he llegado a pensar que era porque sabíamos que nuestra relación irradiaba vida.

Allí, sentados en un banco, te lo dije: 'Te amo'. Me suplicaste que no pronunciara esas palabras que cambiarían nuestras vidas y nuestra relación, pero tuve que hacerlo, resoplaban impacientes las palabras tanto tiempo guardadas. Lo solté, y con toda la misericordia y el amor que pudiste me dijiste que no sentías lo mismo. A pesar de lo que me dijiste esa tarde descansó mi ansiedad de amarte. Había tenido la valentía de decirte lo que sentía, y a pesar de tu 'no', y a pesar de que sabía que pasaría después, no me sentí infeliz. ¿Sabes, lo único que le faltan a estas fotos?: tú y yo siendo felices.

(Javier Guzmán Simón)

La carta que no llegó


Me encontraste a plena luz del día cuando tan solo podías verte en mis grandes gafas blancas por que arrastrabas todavía la oscuridad de la noche. Ese día me nombraste tu novia, me esperaste en la puerta del teatro hasta que salí. No querías estar solo y nos fuimos de zapatos... un par de tiendas pero no encontré los míos. No querías estar solo y nos fuimos a mi casa. veinticuatro horas juntos en una habitación inmensa que dijiste te encantó.

Con un vestido de novia nos casamos, ante la mirada escrutante de las guapas pin ups que decoraban mi habitación. Una música exquisita nos acompañó toda la noche... junto con juegos de manos, mis pósters de cine, historias de superhéroes y poderes mágicos... tú querías volar y hacerte invisible, yo teletransportarme a cualquier época de la historia en cualquier momento. Tu pasión por Cuba y su revolución, las palabras de Nietzsche "La vida sin música es un error", tu tendencia social demócrata, tu filosofía de vida, "Un matrimonio empieza por una buena conversación...", dijiste, tu alergia al plástico, y tu último encuentro con ella hace un mes escaso...

Cuando habló el estómago llegó el servicio de habitaciones, una cena exquisita para dos locos en su encuentro con el destino, salmón y champagne para un momento irrepetible, un precioso brindis para un momento inolvidable en un día perfecto. La canción que sonaba lo decía "It´s a perfect day" de Iggy Pop. Tú la elegiste. Un día perfecto al que le quedaban contadas horas.

Cerramos los ojos y el deber nos despertó. Una hora exacta, un lugar concreto y una obligación que cumplir.

Abandonamos la suite y un café con flores frente a un precioso museo con un ascensor transparente nos acercaba al final...

Como la casa de Amelie, en lo más alto del acantilado con una piscina al borde del precipicio, un palé de madera de subida y un tobogán de bajada, "en la costa azul sería perfecta", te dije, "me faltan los enanos..", alegué, "ya llegarán...", respondiste.

Jaque Mate. Te invité a un café y terminó la partida. La educación se antepuso a lo que de verdad sentías, y en el último momento me pediste el número porque sabes estar, aunque hubiera preferido que no lo hicieras, la ilusión creció en mí y nunca llamaste...

Pasaron los días y aquí estoy ahora, recordando ese día con sus veinticuatro horas en el que me hiciste la persona más feliz del mundo, gracias.

Dos mundos opuestos se atrajeron. Tu realidad no era la mía. Por eso ahora la escribo de ésta manera, tú lo viviste como un sueño más del que te acuerdas a trozos, mientras que yo lo recuerdo absolutamente todo, vivido en su más plena intensidad. Esa es la diferencia entre los dos. Vivirlo como un sueño es pasar de puntillas, y vivirlo sin antifaz, dándote de bruces con la realidad es pisar con pies de plomo. De ésta manera el olvido es mucho más difícil, pero... ¿Sabes qué pienso?, que el mundo es de los valientes, los que viven la realidad sin miedo y pisan con fuerza.

Un beso,

(Miss Lollipop)

El perro de mi amor

 
Esa que, estable, habla de reproches y halagos. De injurias y simplezas. No es fácil estar enamorado sin equivocarse. Y, ella, lo sabe perfectamente. Tanto que no duda en no contestar a múltiples cartas de versos, tal vez, vivos. Son demasiado efímeros para ser verdaderos. Son demasiado cortos para colmar un espíritu evasivo.

Ese que domingo tras sábado acude al estrado del presente a convivir. Ya que, en el pasado están todas las respuestas. Ya que, en el pasado están todas las preguntas. Incluso, las del necio que se hace pasar por sabio. Su tonta terquedad es demasiado grande. Tanto que piensa que el roce del cariño hace el amor. Cuando es al revés: es el roce del desamor el que hace el cariño. Aunque cree que todo es un lugar en el sol equivocado. Mal rehecho con el paso del tiempo.

El que juzga el blanco y negro del corazón con el mismo calor que el color de su espejo. Ese brilla en noches de luna contigua. Contigua y ceñida según los pálpitos de la oportunidad. La que, en la playa, alquiló un apartamento sin piscina por dos meses. Sabía que la cama sobraba. En el suelo nadaba la abundancia de la oquedad. Esa por la que te quiero sin saberlo. Únicamente es un sentimiento. Eterno. Como tú.

(Marcos, del programa "Es Amor")

Coleccionando derrotas


Fuera lo que fuese, todo surgió así sin más. Nunca hubiera creído que me fuese a pasar esto a mí. Supuestamente yo era una experta conjugando las mil formas de sufrir el verbo amar, pero una vez más volví a caer. Empezamos a hablar y enseguida vi que eras diferente. ¡Qué tópico! o ¡típico! Siempre se suele caer en lo mismo, pero aún así, sabiendo y siendo consciente de esto, me convencí de que sí, que esta vez sí había encontrado a alguien especial, diferente o especialmente diferente.
Me emborraché de tu carisma y me enganché a ti casi de manera enfermiza. Te veía tan perfecto... que si me hubieras pedido lo imposible lo habrías tenido al instante. Nunca nadie me pareció tan interesante. Me contabas tantas historias... Tanto aprendí, que no me importaba pasarme noches casi enteras escuchando tus experiencias,. Me enamoré de tu mente brillante y perdí mi consciencia por tus ojos de mar; soñaba con tu boca rozándome e imaginaba tu piel imantada a mi piel.

Mientras... tú, aparecías y desaparecías, te tomabas tu tiempo. Yo nunca te preguntaba ni te pedía explicaciones. Siempre cuando regresabas yo te esperaba con una gran sonrisa y lágrimas haciendo carreras. Se convirtió en un juego triste, pero siempre te comprendí y me valieron tus excusas, incluso me pareciste una víctima. Realmente sí que lo fuiste: eras una víctima de ti mismo, de tu lucha con tu yo y sobretodo de saber y ser consciente que la única manera de no hacer daño a nadie era estar tú sólo, pero a mí no me hacías daño; lo que me duele ahora más que nada es estar sin ti.
Por eso no sé si nuestro adiós fue provocado en forma de prueba de amor hacia mí o todo fue fruto de mi imaginación. No obstante, me quedo con aquello que me decías: "No olvides nunca, que te quiero a mi manera" A mí me daba igual la manera, sólo quería que fuera verdad y decirte "yo también te quiero, te amo, te adoro..."
 
Ya nunca va a ser nada como antes de conocerte. Ahora me encuentro en un punto en el que no quisiera pensar ni recordar nada, pero es imposible, fueron tantos planes..., tantos "¿te imaginas...?", tantas miradas al futuro juntos... tantas palabras bonitas... que ahora sin todo eso, ya no creo que pueda salir el sol mañana, y sin embargo saldrá y todo volverá a rodar de nuevo. Sólo tengo que volver a subir a esta loca noria de la vida, y tratar de dejar este vicio tonto de coleccionar derrotas.

 
(Marisa. Del programa radiofónico "Es Amor")
lunes, 18 de febrero de 2013 | By: Abril

Verano para grillos


Y siempre tuviste esa extraña manía de querer ser lo único que existe. Y te echaba de menos, echaba de menos verte dormir, sentir cómo respirabas, notar tus pies cada una de las dieciséis veces que te girabas a lo largo de una noche en la cama, en nuestra cama, echaba de menos mezclar mis libros con los tuyos, beber café juntos, beber vino juntos y sentir cómo te desnudabas, casi siempre muy despacio, ver cómo te desnudabas sin quitarte la ropa y cómo te quitabas la ropa sin desnudarte; cómo me dejabas que te escribiese, que tomara apuntes, y que rayase el papel con tu nombre, Lucía. No, no es tan bonito, no seas tan pretenciosa. Compartíamos casa con algunas plantas y con Chester, ese gato que entró por la ventana y que jamás se quiso marchar. Lleva semanas sin mirarme, estarás contenta, ¿no? Cree que yo tuve la culpa.

"Perdona, ¿cómo dices? ¿Quién eres?", respondiste. Sabías igual que yo que los grillos se acarician para ahuyentar el calor, así es como cantan, rasgándose los costados. Y permanecen castos en la lejanía, mientras se aproximan hasta el momento del encuentro. Se atraen, se gustan y se desean sin verse, ni olerse, ni sentirse; solos y sólo a más de doscientos metros. Su atracción responde al tono. Si la temperatura sube dos grados, uno de ellos agita sus patas a una velocidad mayor y su canto sube un semitono, la pareja entiende que no están a la misma frecuencia y pierde todo interés. Tan sólo por dos grados, por medio tono, nunca llegan a encontrarse. Terrible. Lucía, el equilibrio es demasiado difícil. Pero tú ya lo sabías, sabías que la forma en la que nos arañábamos los costados estaba en armonía, antes incluso de que lo intentásemos.

"Te lo estoy diciendo muy en serio, somos grillos salvajes. Y no, no soy un mirón... sé lo que estás pensando". Sabías que me acercaba porque te tapé el sol, y eso era algo que odiabas.

Al incorporarte lo primero que viste fueron mis rodillas, luego mi pene; desviaste la mirada hasta las estrías carcomidas y apolilladas de mis costados, las mismas con las que haríamos jazz, la primera pieza acompasada llena de arena y sangre; rezaríamos por la armonía, por la melodía de dos grillos en la que sólo alguien como Chester tuviera cabida. Por último mi cara, por último llegaste a mi cara. Seguías molesta, continuaba tapándote el sol. Al menos sonreíste. Quitarnos el tiempo a bocados y la sal de los costados a arañazos, no fue un mal comienzo. Te buscaba sin querer, a veces con miedo a encontrarte; a verte escondida detrás de algún coche, esperando a que me dieras un susto. Esperaba ver cómo te maquillabas en el reflejo de algún cristal sucio. Pintándote los ojos, nunca los labios, fumando un cigarrillo y lanzándolo con rabia contra el suelo. Esperaba seguir tu rastro de nicotina, que se esparciese como un reguero de miguitas de pan sobre el asfalto de toda la ciudad. Fíjate qué tontería, me acostumbré al tono del teléfono; antes tu voz en el contestador, y ya ni eso. Las tres notas que comunicaban, las tres notas que como las primeras tres palabras nos recordaban el tipo de bestias que éramos, sólo que estábamos demasiado lejos. Ni teléfono, ni mucho menos emails. Lo intenté todo, todo menos arañarme los costados. Hasta señales de humo. Como aquel poeta inglés al que mataron en la guerra, escribía tu nombre en un trozo de papel de arroz, antes de colocar un colchón de tabaco, pasarle una lenguada y prenderlo con un fósforo. Me fumaba tu nombre y lo expulsaba hacia arriba. A lo mejor lo veías.

Patético. A estas alturas qué importaba. Fumé cientos de cigarrillos en los que te escribía, porque eran tus no tacones la primera palabra y continué garabateando tus piernas sobre el papel, hasta que el ritmo del bolígrafo se hacía poco a poco más frenético, insistir hasta que se te rompiesen las medias, hasta que se le rompiesen las medias. Lucía, la puta literatura con cientos de faltas de ortografía.

Hacías un café terrible, pero llegué a acostumbrarme, qué remedio. No te gustaba que Chester se bebiera los posos, "no tiene que ser bueno para un gato, está todo el día nervioso, pobrecillo". El único gato del mundo adicto al café. Cada mañana sigo llenando dos tazas, y cada mañana Chester se termina la mía y mira extrañado como cae la tuya por el fregadero. Siempre te querrá más a ti, aunque haga como el que no le importa nadie. No sé si me jode más despertar sólo o con la cara llena de arañazos. Quemar las naves, el último cartucho, la última calada. El cigarrillo en vano con el sabor de la tinta y el amargor de tu nombre. Asomarme al balcón, primero la camisa, luego los zapatos, cinturón y pantalones. Lo intenté todo menos rasgarme los costados. Las manos como garras, brazos arqueados, y el rasgar sobre el surco de mis estrías que rompía el silencio. De nuevo la melodía, nuestra melodía. Rasgar y pensar, rasgar y sólo desear que de repente no te hubieses vuelto más fría, o peor aún, más caliente. "Somos grillos salvajes", fueron mis primeras tres palabras. "Perdona, ¿cómo dices? ¿Quién eres?", respondiste. Sabías igual que yo que los grillos se acarician para ahuyentar el calor, así es como cantan, rasgándose los costados. Y permanecen castos en la lejanía, mientras se aproximan hasta el momento del encuentro. Se atraen, se gustan y se desean sin verse, ni olerse, ni sentirse; solos y sólo a más de doscientos metros. Su atracción responde al tono. Si la temperatura sube dos grados, uno de ellos agita sus patas a una velocidad mayor y su canto sube un semitono, la pareja entiende que no están a la misma frecuencia y pierde todo interés. Tan sólo por dos grados, por medio tono, nunca llegan a encontrarse. Terrible. Lucía, el equilibrio es demasiado difícil. Pero tú ya lo sabías, sabías que la forma en la que nos arañábamos los costados estaba en armonía, antes incluso de que lo intentásemos.

"Te lo estoy diciendo muy en serio, somos grillos salvajes. Y no, no soy un mirón... sé lo que estás pensando". Sabías que me acercaba porque te tapé el sol, y eso era algo que odiabas. Al incorporarte lo primero que viste fueron mis rodillas, luego mi pene; desviaste la mirada hasta las estrías carcomidas y apolilladas de mis costados, las mismas con las que haríamos jazz, la primera pieza acompasada llena de arena y sangre; rezaríamos por la armonía, por la melodía de dos grillos en la que sólo alguien como Chester tuviera cabida. Por último mi cara, por último llegaste a mi cara. Seguías molesta, continuaba tapándote el sol. Al menos sonreíste. Quitarnos el tiempo a bocados y la sal de los costados a arañazos, no fue un mal comienzo.

Hacías un café terrible, pero llegué a acostumbrarme, qué remedio. No te gustaba que Chester se bebiera los posos, "no tiene que ser bueno para un gato, está todo el día nervioso, pobrecillo". El único gato del mundo adicto al café. Cada mañana sigo llenando dos tazas, y cada mañana Chester se termina la mía y mira extrañado como cae la tuya por el fregadero. Siempre te querrá más a ti, aunque haga como el que no le importa nadie. No sé si me jode más despertar sólo o con la cara llena de arañazos. Quemar las naves, el último cartucho, la última calada. El cigarrillo en vano con el sabor de la tinta y el amargor de tu nombre. Asomarme al balcón, primero la camisa, luego los zapatos, cinturón y pantalones. Lo intenté todo menos rasgarme los costados. Las manos como garras, brazos arqueados, y el rasgar sobre el surco de mis estrías que rompía el silencio. De nuevo la melodía, nuestra melodía. Rasgar y pensar, rasgar y sólo desear que de repente no te hubieses vuelto más fría, o peor aún, más caliente.
(Salvador J. Tamayo)

Nota: Carta finalista de la XI Edición del certamen de cartas de amor Antonio Villalba, organizado por la Escuela de Escritores.

Si tu odio es tan fuerte...



Ya sé que me odias, pero no te preocupes que no me voy a morir. Hace pocos meses habría sido una blasfemia escribirte esta carta, sin embargo ahora necesito redimirme y soportar tu rencor con la entereza de un capitán que se hunde con su barco. Desde que te abandoné me siento un Judas eligiendo el olivo adecuado para colgarme. Es curioso que sea yo quien te dedique estas palabras tatuadas en papel, pues la literatura y la amistad siempre fueron tus armas contra el mundo; las mías, por desgracia y a temprana edad, siempre fueron la guitarra y la jeringuilla.

No, no te preocupes, que por mucho que me odies no me vas a matar. Es cierto que fui yo quien empezó, aunque para alguien anclado en la amargura de la adolescencia todo lo bueno es malo y todo lo negro es negro. Te empeñaste en verme como un niño a pesar de que golpeaba como un hom-bre. Y sí, admito que me costó arrancarte ese síndrome del Príncipe Azul que sufrías por mí, yo nunca seré tan inocente, tan honesto ni tan listo por mucho que me observes con tus dioptrías de amor. Pero al final lo comprendiste. Los toreros y los valientes llevan en el pecho las cornadas de la vida, solías decir. Pues bien, yo ni era valiente ni torero ni tenía cornadas en ninguna parte. En todo caso sería un banderillero sin arrojo, primero pinchaba y después corría, yo tiraba la primera piedra y escondía la mano para agarrarme el paquete y hacer gestos obscenos. No había manera. Yo estaba orgulloso de mi lado oscuro mientras tú te empeñabas en alumbrarme con las luciérnagas de tus pupilas.

Aún recuerdo aquel pueblecito a donde fuimos a vivir juntos. ¿Cómo se llamaba? Lo tengo en la punta de la memoria... ¡Frigiliana! Se llamaba Frigiliana. Qué lugar tan reposado, tan rústico, tan blanco. Sí, demasiado reposado, rústico y blanco para mi desfachatez, mi urbanidad y mi mirada sombría. Era el sitio perfecto para una escritora que necesitaba tranquilidad e inspiración, el purgante cáustico para domar mis ímpetus de rebelde-sin-causa. Tú siempre tuviste el amor y el dinero; yo la avaricia y la mala hostia. El destino, tú y yo formábamos un triángulo equilátero con las puntas cimbradas, un precario equilibrio de voluntades donde tenías que hacer malabarismos para evitar la caída mientras yo te movía el alambre deseando que cayeras. A veces te espiaba a escondidas cuando tecleabas sin descanso en tu vieja Underwood, tac tac tac, el carrete de la máquina de escribir se deslizaba veloz y en el folio virginal las palabras adquirían sentido al estampar el último carácter, tac tac tac, transcribías los manuscritos de tus novelas casi a vuelapluma y un extraño cariño entremezclado de aversión se enroscaba en mis tripas, tac tac tac. Me encantaba esconderte objetos para que desesperaras en su búsqueda, Pero si lo había puesto aquí, repetías con un tino de asombro al tiempo que yo recriminaba tu estupidez. Un bello crepúsculo, en aquella azotea de baldosas rojas desde donde se oteaba el mar poniendo la mano de visera, me leíste unos versos de Pesoa: ... A veces, y el sueño es triste, / en mis sueños existe / lejanamente un país / donde ser feliz consiste / solamente en ser feliz. Mi sonrisa de burla fue un insulto demasiado cruel para tus poetas muertos... Y jamás volviste a recitarme algo hermoso. Pero no, no te asustes que no me voy a morir sin que me vuelvas a odiar.

¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco? ¿Diez años? Hace tiempo que el tiempo ha dejado de ser importante a mis pies fugitivos, a mis ojos vagabundos. Te abandoné aquella noche de San Juan porque tenía la certeza de que te dolería más de lo imaginable. Me llevé la chupa de cuero, la guitarra y un fajo de billetes hurtado de tu bolso, y allí se quedaron, sobre la encimera de la cocina, un folio en blanco y una estilográfica que me regalaste, para que supieras que no me olvidé de despedirme sino que no me despedí porque no quise hacerlo. Y todo sucedió muy rápido. Tal vez demasiado. Las puertas del paraíso que me negabas se abrieron ante mí como la boca del infierno: el triunfo con la banda fue fulgurante, el primer disco se vendió igual que migajas de pan a la puerta de un hormiguero. Rock&Roll, chicos guapos y cuerpos musculosos. Lo teníamos todo y lo sabíamos. En los estadios a reventar la gente gritaba nuestros nombres y las adolescentes –un manojo de histéricas locas por arrancar una mirada de sus ídolos- nos arrojaban sus números de teléfono serigrafiados en los sujetadores, una deliciosa lluvia de seda perfumada que atesorábamos como una colección de mariposas. Fue nuestra época de gurúes irreverentes. Veinticuatro horas para emborracharte con champán y cerveza; veinticuatro horas para saltar sobre la cama de un hotel hasta que te dolían las piernas; veinticuatro horas para esconder a todas las muchachas de la ciudad bajo los edredones; veinticuatro horas para enloquecer con la música a todo volumen; veinticuatro horas para vivir la vida en un día... Pero a veces me acordaba de ti. En los momentos menos sospechosos y más delictivos. Escuchaba el eco de tu voz en las cuerdas de mi instrumento y yo me negaba a tocar justo antes de comenzar la actuación. Mis compañeros se ponían furiosos conmigo y el público se enardecía por la tardanza. Entonces nos peleábamos a puñetazo sucio en mitad del escenario y por fin comenzaba la función. Aquellas noches que me rondaba el lobo de tu recuerdo el concierto salía redondo... Y la borrachera duraba más. Al despertarme al día siguiente tenía un nuevo tatuaje que había florecido en mi piel: una garra del diablo que atenazaba mi corazón, una gárgola cuyas alas de murciélago se extendían por mi espalda, un dragón a un lado del cuello, un puñado de demonios enroscados en los brazos...

Al cabo de dos años la banda se desmoronó. Las drogas y la soledad cogieron brutalmente las riendas de mi vida y domaron mis ímpetus salvajes. Es gracioso, soy el rey Midas del rencor y todo lo que toco se convierte en orines fermentados. Por eso me fui de todas partes, desde entonces he dado tantas vueltas al mundo que estoy mareado de dormir al amanecer y hacer el amor a mediodía. He aprendido tantas cosas que ahora conozco el valor de la ignorancia. Tú tenías razón en todo y yo me equivocaba en el resto. No, ya no me quedan fuerzas para hacerme el tipo duro, ya sólo me queda tu odio. Tengo treinta años y sigo siendo el mismo adolescente sin autoestima, peor aún, un adolescente avejentado que perdió el único sueño por el que merecía la pena luchar. Siempre me he despreciado a mí mismo, y ahora me aferro a tu inquina como un epitafio de boj: Los viejos roqueros nunca mueren... Pero en ocasiones la inmortalidad es demasiado corta.

Tengo cáncer de estómago. Sabía que estaba podrido por dentro, pero no tanto ni tan pronto. Deberías verme y echarte a reír, la agresiva quimioterapia me despiojó cada pelo de la cabeza hasta dejarla igual que una canica de vidrio, mi cuerpo es un tallo de junco incapaz de caminar sin ayuda y mi incontinencia urinaria es comparable al Manneken Pis. Sí, deberías venir y señalarme con el dedo como a un monstruo de feria. Pero no te preocupes, que por mucho que me odies no me vas a matar.

Nunca he pedido perdón. Para que me perdonaran todos a los que hice daño -¿existe algún pecado del que no podamos arrepentirnos?- tendría que besar muchos culos y derramar muchas lágrimas de cocodrilo. Pero contigo es diferente. No me cuesta llagarme la boca y pedirte perdón mil veces mil. Porque quiero volver a besarte. Quiero volver a pasear juntos por los cerros de Frigiliana. Quiero leer tus novelas y sentirme orgulloso de ti. Quiero abrazarte y derramar en tu cuello las lágrimas que me tragué por ser hombre. Quiero sentir tus manos. Quiero volver a oler tu cabello. Quiero que me regales un ramo de rosas. Quiero, quiero, quiero... Quiero que tu odio sea tan fuerte.

Los enfermeros ya terminaron de prepararme. Me han dedicado las mismas palabras de aliento que se repiten como un bocadillo de ajo, paciente tras paciente. Mañana será la operación. No sabes con qué anhelo desearía verte al abrir los párpados. Pero, en fin, si tu odio no es tan fuerte no te preocupes, seguro que nos volvemos a encontrar en los sueños de Pesoa, en ese país donde ser feliz consiste solamente en ser feliz. Si del amor al odio sólo hay un paso, por favor, da un saltito hacia atrás y búscame otra vez en las páginas de tu corazón. Te quiere, tu hijo Néstor.
(F.J. Lobillo)

Nota: Carta ganadora del premio del público del V Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor.