martes, 18 de febrero de 2014 | By: Abril

Me has dicho que no


Me has dicho que no. Y no has podido hacerme más feliz. Ahora no sé muy bien cómo se lo voy a explicar a tus padres, pues, tú ya lo sabes, llevaban detrás de ello tiempo. Bueno, y mi madre, que me ha estado machacando los últimos cuatro meses con tácticas de acoso y derribo constantes. El caso es que entre unos y otros me convencieron. Me hablaban de hacerte sentar la cabeza, de ponerte una bonita jaula de 120 metros cuadrados y vistas a la Gran Vía, a pagar en unos cómodos trescientos sesenta meses, o diez mil novecientos cincuenta días de brillante atadura. Para hacerte feliz, decían convencidos. Tan bonito lo describían y tales eran las caras de felicidad de tu madre y la mía que me enamoré de la idea y me entusiasme tanto… ahora no sé qué les voy a decir…

Recorrí, una tras otra todas las joyerías de Madrid, buscando ese anillo especial que soñaste la noche que pasamos durmiendo al raso del desierto tunecino. Me volví medio loco hasta conseguir aquellas flores que sólo crecen en un rinconcito de la selva birmana y de las que te enamoraste en la loca escapada de varios meses que hicimos recorriendo aquellas latitudes. Tuve que esperar tres meses a que eclosionaran las mariposas como las que te rodearon en los tres inolvidables días con sus mágicas noches que pasamos en el Cabo de Gata. Acepté de buen grado que Nicolás me mirara raro cuando le pedí que me trajera un bote con el aire de Nueva York a la vuelta de su viaje de novios. Esperé con paciencia a que hubiera una noche con luna azul, como el día en que nos conocimos, aquel delicioso error del destino, en las fiestas del encantador pueblecito donde me dejó tirado el coche. Y después de todo esto me dices que no.

Cómo le digo a tus padres que tras la cena, traída por envío urgente del bistró que había debajo del piso que alquilaste el verano que pasaste en París, en la azotea de tu apartamento sembrada de velas blancas, tras todos los regalos, la música, la luna, tras hincar la rodilla como mandan todos los manuales, me miras con tus vibrantes ojos castaños y con tu dulce sonrisa me abrazas y me dices: “No, cariño. Pero recuerda que te encargabas tú de alquilar la caravana para irnos la semana que viene a Casablanca, ¿vale?”. Y vas y me besas y me levantas para ponernos a bailar casi hasta al amanecer mientras me cuentas que hoy has conocido en el autobús a un anciano que te ha hablado de un pueblecito en la costa murciana donde aún existen libres caballitos de mar y que, otra vez, te has perdido paseando en el Retiro y, otra vez, te has puesto a reír.

No sé cómo voy a explicarles que ya eres tan feliz.

Carta finalista de la XIII Edición del certamen de cartas de amor ‘Antonio Villalba’, organizado por la Escuela de Escritores.(Autor: Javier Ramos)

Películas



Me gustaría hablarte de cómo empezó todo. Y los pechos de Heather Graham en Boogie Nights fueron lo primero. Heather Graham interpreta a una roller-girl. Folla hasta con los patines puestos. Hará que vi esa peli siete años, o nueve. Más o menos. Cuando uno se enamora, el tiempo parece que pase de otro modo. Estuve una temporada en la que ya no me pude quitar sus pechos de la cabeza. Hasta el punto de dejar a la chica con la que estaba saliendo. Me pasé semanas visitando centros comerciales donde hubiese patinadoras. Entonces, conocí a Silvia. Trabajaba en el Carrefour y supe que sus pechos, a pesar de la blusa blanca que los cubría, eran como los de Heather Graham. Silvia era guapa, dulce, incluso con ese punto de timidez que requería el papel de la actriz en Boogie Nights. Pero unos meses después vi Algo pasa con Mary. ¿Quién no se acuerda de los ojos de Cameron Diaz en Algo pasa con Mary? Al final, no me quedó más remedio que romper con Silvia. Había empezado a no quererla.

La chica de la que me enamoré porque sus ojos eran como los de Cameron Diaz se llamaba María Dolores, pero yo la llamaba Mary y a ella no le importaba. Ya sabes que al principio de las relaciones hacemos y dejamos hacer cosas que en otros momentos no consentiríamos. Mary estudiaba psicología. Nos veíamos a diario. Por las tardes me acercaba a la biblioteca de la facultad y le llevaba caracolas de chocolate o zumos de piña. El sexo con ella era estupendo. Cuando lo hacíamos, Mary abría los ojos como si fuesen un par de balsas donde los helicópteros van a cargar agua. Me sentía feliz y pensaba que nunca iba a poder separarme de ellos. Pero fueron otros ojos, los míos, los que me trajeron una nueva obsesión al ver las cejas de Jennifer Connelly en Dark City.

Mary intuyó que algo no iba muy bien, incluso antes que se lo dijera. Quizá fue porque alguien que estudie psicología tiene ventaja sobre el resto. Una mañana la llamé para decirle que no pasaría por la biblioteca a llevarle la merienda, y nunca más volvimos a vernos.

Hay quien pensará que Jennifer Conelly también tiene unos ojos preciosos, pero a mí lo que me volvía loco de verdad eran sus cejas. Las cejas de Jennifer Conelly en Dark City son las de una cantante acostumbrada a cantar en clubs acompañada de músicos negros con sombrero y manos grandes.

Encontrar a una chica con unas cejas iguales fue bastante complicado. Fue como si solo a Jennifer Conelly, de todas las mujeres del mundo, se le hubiese ocurrido llevar unas cejas así.
Hasta que apareció Mónica. Con sus cejas idénticas a las de Conelly. Fue ella quien, al poco tiempo de estar juntos, me hizo por primera vez una pregunta que nunca antes ninguna de las mujeres con las que había estado me había hecho: ¿Qué es lo que más te gusta de mí? Puede parecer que Mónica estuviese insegura, pero no era eso. Tenía cinco años más que yo y una licenciatura en Bellas Artes. Había expuesto en diversas exposiciones y vivía de la venta de sus obras. Era conocida en el mundillo. Así que hablarle de sus cejas hubiese sido como manejar torpemente un abrelatas oxidado. Estando con Mónica no sentía la necesidad de ponerme ante una pantalla donde contemplar los rostros de mujeres de los que uno se puede enamorar fácilmente, así que, no le dije la verdad.
Nuestra relación duró más que las anteriores. Hasta que fuimos al cine a ver el estreno de Habitación en Roma. Mónica era fan de Julio Médem y esa película me trajo el pubis discreto y focal de Elena Anaya. Nada tenían que ver el de una y otra. El pubis de Anaya era de contornos suavizados, el trabajo perfecto de un jardinero que se pasa horas con las tijeras de podar en mano. El de Mónica era pura exhuberancia y desenfreno, casi como la imagen de un bote de pintura derramado sobre el lienzo.

No hace falta que entre en detalles de cómo fue la búsqueda y qué jardines hube de visitar para encontrar un pubis como el de Elena Anaya.

Por suerte, te he encontrado a ti. Ya conoces los hechos. Eso ocurrió hace apenas dos semanas. Te acordarás del paripé que monté para acercarme a hablar contigo en aquella playa nudista. Estabas echada encima de una esterilla, sobre las piedras. Llevaba gafas de sol, así que posiblemente te estuvieras dando cuenta de que miraba tu entrepierna. Desde el primer instante también yo me percaté de que estabas interesada en algo que había en mí. Quizá esa era la razón por la que mi interior me avisaba para que estuviese alerta: las cosas podían no salir bien.

La alarma saltó en la primera noche que pasamos juntos, cuando me confesaste que te gustaba mucho el hoyuelo que tengo en la barbilla. Desde que te he visto me has recordado a Michael Douglas, me dijiste. Me gusta mucho Michael Douglas, ya su padre me parecía un hombre guapísimo.

Esa era la verdadera razón por la que, en la playa, me habías mirado con unos ojos reconocibles. Tu expresión, estoy seguro, era la que puse por primera vez cuando le vi los pechos a Silvia, la chica con los pechos iguales a los de Heather Graham en Boogie Nights. Ahí ha sido cuando se me ha caído el mundo encima. Porque sé cómo puede acabar esto.

No me gustaría sufrir. Por lo que mientras reúno fuerzas para hacer lo que debo hacer, he pensado que mejor será que no vayamos mañana al cine. ¿Para qué quieres ir al cine? Dime.

Carta ganadora de la XIII Edición del certamen de cartas de amor ‘Antonio Villalba’, organizado por la Escuela de Escritores. (autor: Kike Parra)
martes, 11 de febrero de 2014 | By: Abril

Amor



AMOR:

No sé si querrás leer esta carta. Supongo que sigues ofendido y que recuperar lo nuestro será más difícil que echar para atrás el cambio climático, alcanzar el Everest, sacar la cita del pasaporte … ¡o todas las anteriores! Aún así, Amor, asumo el riesgo de quemar mi último cartucho contigo, o sea, disparar esta carta en el mero centro de tu rencoroso corazón.

¿No te alegra, en el fondo, saber de mí después de tantos años?, ¡Nuestra relación es tan larga como mi memoria!. Comenzó exactamente en el tercer grado de la escuelita municipal aquella, ¿Recuerdas?. ¡Los irrepetibles años sesenta!, El movimiento Hippie, Los Beatles, la Era de Acuario y ¡por supuesto!, El Apolo 11. Te llamabas Fernandito, Amor, y estabas sentado en el pupitre de al lado. Me mirabas  con cara de “¿qué le pasa ésta loca?” cuando decía, “¡Toma Fernandito, te regalo mi merienda!, ¡Y mis legos!, ¿Quieres mis creyones?”. En un arrebato de pasión precoz casi te regalo mi Barbie Visage 1963, ¡Mi única Barbie!, ¡Eso ya era como mucho con demasiado!

Fue así, Amor, como entramos en contacto. Tu primer chiste malo conmigo fue el 20 de julio de 1969, ¡Ni que lo hubieses calculado!, El día exacto que el capitán Armstrong posó un pie en la superficie lunar… ¡Fernandito se cambió de Escuela!. Aquel fue el día que se produjo un gran paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad y… ¡un soberano  barranco para mí infantil existencia!. Como era una niñita no comprendí que estaba deprimida y la verdad, eso de aprender a multiplicar “llevando” era tan complicado que la tristeza se diluyó, en progresión geométrica, con el avance de mi educación  primaria.

La segunda vez que supe de ti, Amor, había entrado de cabeza y sin fórceps a ese sudoku emocional que llaman adolescencia. -Me llamo Claudio Arquímedes-, dijo él… ¿Claudio Arquímedes?, ¡DIOS QUE NOMBRE!, ¡Homérico, epicúreo, galvánico, fisicoquímico!”, aullé.  Además, era idéntico, ¡igualito! al solista de los Bee Gees. Me enamoré ipso facto, sin cura, sin resistencia. Las rodillas me traqueteaban como un trapiche viejo en su presencia y sólo podía respirar completo, o sea, suspirar, cuando se le ocurría voltear a mirarme ¿Lo recuerdas, Amor? Enloquecí. Quería ser su novia. La cosa no estaba fácil porque después de aprender a multiplicar “llevando” se me desató la vena aritmética y sólo sacaba veinte. Es harto conocido que no hay nada peor que ser la cerebrito del salón si lo que se quiere es enamorar al bello de la película. Pero ¡qué carajo!, decidí enrollarme el pelo en papel de aluminio para parecerme a Donna Summer, La Pantera de Boston. Eso tendría que gustarle ¿no?.¡ Yo sabía, yo tenía la certeza de que Claudio se fijaría en mí y me invitaría a comer un helado! (signo inequívoco de que terminaríamos casándonos).

¿Recuerdas lo que pasó, Amor?. Descubrí que Claudio ya era novio de la Reina del Liceo quien ¡por supuesto! ni era gordita, ni sacaba veinte en matemáticas como yo. ¡Hubiese preferido otra muerte!. Durante un mes mi único alimento fueron las barajitas del álbum “Amor Es” que me comí, una a una, con pega y todo. ¡No me convertí en anoréxica porque en los años setenta esa vaina no existía!
Cuando volví en mí tenía dieciocho años y estaba haciendo la cola para inscribirme en la universidad. No esperaba que rondaras por ahí, Amor, pero…

Robertico era rural ma non tropo, ingresos superiores al promedio y con un verbo de moto sierra capaz de desquiciar a cualquiera. ¿Su hobby?, ¡Sacarme la piedra!

“Mira caraqueña… de verdad ¿Tú no sabes lo que es el ponsigué?” me decía inclemente con su sarcasmo endógeno. “¡No, no sé! ¡Y qué!” ¡Le odiaba!  De tanto odiarle, obvio, comencé a adorarle. Justo cuando me disponía a darle el beso que le convertiría de batracio en mi cónyuge… ¡zas! ¡Agarró sus maletas y se fue de mi vida por siempre jamás!

¡Ese out con las bases llenas sí me dolió, Amor! Llena de bolero, vestida de tango y como recién arrastrada por un tsunami, comencé a analizarte. Llegué a la conclusión que tú, Amor, eres cruel, agotador, malversador y mala gente. Decidí comenzar una nueva vida sin ti. ¡No más AMOR! ¡No más taquicardia, no más conjuntivitis, no más desvelos!. Te sentencié al exilio… ¡Mi vida sin ti no conocería el dolor!

Cerca de los treinta decidí que debía casarme. No me impactó, Amor, que no estuvieras involucrado, ¡Al contrario!, Escogí el novio, la casa y hasta el recetario únicamente con el cerebro, con la razón. Para hacerte el cuento corto, Amor, te diré que me divorcié y que lo único que funcionó de aquel episodio inviable fueron las recetas del libro “Mi cocina a la manera de Caracas” de Armando Scannone.

Cuando me independicé y comenzaba mi segunda República, me dediqué a buscar lo que toda cuarentona libre, solvente, sin hijos e inmune al Amor aspira: ¡encontrar un novio diez años más joven para subir la autoestima y bajar la angustia!. Diez años después, es decir hoy, lo único que me quedó de la loquetera fue un “ex” que todavía quiere que lo mantenga, una tendinitis crónica (de cuando aprendí a bailar reggaeton), una soledad del tamaño de una catedral y … ¡esta cosa rara por dentro!… ¡Este vacío!… ¡Esta urgencia de no sé qué, Amor!

¿Será que extraño la sensación de querer regalar mis juguetes a alguien sin esperar nada a cambio?. ¿Será que ya no me miro en el espejo para agradar a alguien que no sea yo misma?. ¿Será que no es tan malo ser bolero, tango y noche porque, en el fondo, hasta el peor despecho es mejor que esta insoportable, tediosa y ridícula paz?.

Yo creo que esta vez sí, Amor, las respuestas son todas las anteriores.

Por eso te ruego… ¡Vuelve a mi vida Amor!, pasa un día por la casa. Llega con el nombre que quieras… Quédate el tiempo que puedas. No vas a interrumpir nada.

Ni siquiera he tenido la valentía de asumir plenamente tu ausencia comprándome el perrito que me recomendó el terapeuta… ¡para olvidar que la vida sin ti es una soberana mierda!

¡Perdóname chico! Porque, ¿sabes? Aunque no lo creas, Amor…

¡Hace rato que yo a ti te perdoné!

La Loba



LOBO(A) Canis lupus signatus: Nombre común de diversos mamíferos carnívoros cánidos de pelaje gris oscuro cabeza aguda orejas tiesas mandíbula fuerte y cola larga con mucho pelo.
La Loba (famosa por las Chicas del Can), la sinvergüenza, la de cascos ligeros, la depredadora, indomable, malquerida por esposas, temida por novias y bien recibida entre hombres que como tú, que buscan un escape a la monotonía del trillado misionero.

Te cuento que si la gente se sentara a hablar con las señoritas licántropas entenderían que en muchas ocasiones no somos nosotras las malas de la partida. Nosotras también sentimos; bajo nuestro “pelaje oscuro y pardo” hay mucho más que ninfomanía e indiferencia. Las lobas también somos capaces de amar. Y me incluyo en la categoría porque sin pena y con mucha gloria he desempeñado el rol de aquella carnívora insaciable que espera la noche para desplegar mis garras sobre tu espalda.
Contigo hice muchas cosas, conocí lo hermoso de nuestra carrera. Me llenaste de infinita paciencia, me fortalecí, deje de fumar, le agarre un gustico al eugenol que ni te imaginas y sobre todo tuve que aprender a vivir cada momento contigo como si fuera el único que tuviera.

Perfeccioné infinitas artes amatorias y aprendí cosas que no le enseñan a ninguna niña de casa, memoricé tu cuerpo, tus lunares y me hice veterana en tus indecencias favoritas solo para conservar tu devoción esporádica… Solo para poder tenerte un ratito más a mi lado y disminuirme un poco la inminencia de tu partida.

Aun con la inocencia en el corazón construí demasiadas ilusiones, viajes juntos a la playa y  cenas románticas con desayunos incluidos, tardes de lluvia juntos y besos interminables; me inventé encuentros y una que otra fantasía de tu agrado, cada minuto era incomparable al anterior: Me propuse ser la Novia perfecta, aquella que pudieras pavonear delante de tus amigos y de la cual sentirte orgulloso, la mejor amiga de tu secretaria (POR SI ACASO), la ama de casa (aunque no supiera cocinar), la nuera perfecta, la cuñada predilecta, la dama y la puta, todo en el mismo paquete. Pensé que era cuestión de tiempo.

Pero el tiempo pasaba y empecé a intuir con mi instinto de loba que algo estaba cambiando, ya no me mirabas a los ojos, no nos veíamos con frecuencia, el vacío que existía fue ocupado por un muro de Berlín imposible de escalar el cual desaparecía cuando nos revolcamos juntos en la cama: siempre te sobró la pasión pero nunca la palabras. Las palabras las espantas como moscas inútiles pegajosas indeseadas, y la realidad como siempre llega a mi vereda, sin tu intervención, sin derecho a mis excusas sin derecho a tus explicaciones, sin derecho a nada!

Tras años de auto castigo e hipocresía ya no me quedan dudas; siempre al margen de tu vida sin poder obtener pasaporte de entrada descubrí que soy una loba de mandíbula fuerte. La transición fue dolorosa y sin lugar para delicadezas, fue como arrancar a milímetros una curita bien adherida a la piel, como el sabor avinagrado de un jugo rancio en la boca, como abrazar una bola de alambre de púas, como la Naranja Mecánica de Stanley Kubrick: caer de un piso 4 y sobrevivir para contar la historia.

Todos los días te amé, no solo los de luna llena y sexo.
Te amé con mis dientes afilados, con mi hocico y mi nariz húmeda, con mi pelaje gris y hasta con el disfraz de colegiala que sé que te vuelve loco.
Te amé para quedarme contigo después del sexo interminable.
Te amé en futuro y en pasado pretérito, sin esperar momentos precisos ni oportunidades.
Te amé justo como eres, con todos tus triunfos y tus imperfecciones.
Te amé como solo las lobas sabemos amar: sin ataduras, con descaro, apasionadamente y de manera insaciable.

 Te amé con ronquidos incluidos (aunque no me dejaran dormir), te amé con tus fantasías perversas y aunque amarte significara mi desdicha y mi muerte interior.

¿Qué hacen las Lobas cuando se descubren enamoradas?, sangrar por la herida recien abierta, despedazar y volver añicos ese sentimiento, eventualmente deja de doler aunque se muera una en el frenesí de violencia auto infligida.

¿Dime dónde escondemos la vergüenza que se siente cuando el engaño se tropieza de frente con la ilusión moribunda? ¿Dime cómo acompañamos hasta el cementerio de lo intangible el cadáver del sueño mientras calzamos stiletos y la boca pintada de rojo?. Finalmente el amor muere famélico y olvidado. No existe dolor más grande que ir matando una a una las ilusiones, desmembrarlas y esconder los huesos en el lado más oscuro e infértil de la mente… Sueño y amo como una Loba.

(Rommie Merino)

Peter Pan y Ulises


Recuerdo el día que me convertí en adulto. La escena parecía sacada de la más cruda de las tragedias griegas, tu agonizando y cediendo lentamente entre mis brazos, y contigo mi niñez, mi adolescencia y todo lo que hasta ese momento era.
 
Fue un momento triste, sin duda, pero prefiero rebobinar un poco la película y sacar del armario de la memoria los ratos felices, las alegrías que sumadas me hacen pensar lo feliz que fui contigo.
Era apenas un niño cuando llegaste a casa y desde que te vi, sabía que serías alguien especial en mi vida. Tú eras un cachorro temeroso, en un nuevo hogar, pero poco a poco te enseñé a perder ese miedo y me tomaste confianza, cariño.
 
Los juegos contigo eran cada tarde, yo corría por la azotea de la casa y tú me seguías, aparentemente no había nada que te cansara y ¿yo?, Bueno, yo si me cansaba, al final la carrera se saldaba conmigo en el piso cansado y tu lamiéndome la cara.
 
Fui creciendo y aunque el reloj biológico no se detenía en ti, tu ímpetu era el mismo, estoy seguro de que si Peter Pan existió, se parecía a ti, un eterno niño. El que si había cambiado era yo, ya las preocupaciones eran otras, los estudios, las novias, mi primer trabajo y siempre estabas ahí. Bastaba que me sintiera mal y me acostara para sentir que estabas ahí al pie de la cama, velando mi sueño.
Las alegrías también eran compartidas, como cuando quedé en la universidad y empecé a dar saltos de la alegría y tú conmigo, o cada vez que me traías tus juguetes para que corriéramos como en los viejos tiempos.
 
El reloj siguió avanzando y un buen día nos encontró, yo hecho un hombre y tu, mi compañero de infancia, un anciano de espíritu joven, pero ya sin fuerza. Y una noche comenzaste a agonizar y perdiste la batalla, entre mis brazos, en la misma azotea que tanta alegría nos dio, ahí supe que se había ido mi niñez y que era un adulto, a veces la realidad nos alcanza bruscamente.
 
Han pasado años Tony y aun duele recordar algunas cosas, pero más son las alegrías que me da el pensar que fuiste un compañero de viaje, un amigo, alguien que en algún momento se montó en mi barco durante mi ruta de viaje. Algún día, cuando llegue a Ítaca, abriré mi bolsa y me daré cuenta de que alguna vez en un puerto compré la amistad inolvidable de alguien que me quiso y a quien querré eternamente.
 
Hasta siempre Tony, mi Peter Pan.
 
(César Márquez)

Sala de Agudos





Querido Ramón:

Encerrada en un pequeño cubículo me dispongo a escribirte una carta porque si este inofensivo lapicero cayera en las manos del paciente equivocado, alguien podría terminar en la “emergencia cuerda” con un ojo vaciado o una traqueotomía innecesaria. Me desconsuela pensar que apenas comienzo el octavo semestre y que para ti, mis historias de estudiante perturbada sean una etapa hace mucho tiempo superada.

Lucía, la jefa de enfermeras, no me permite llevar el estetoscopio colgado del cuello temiendo que tras el menor descuido, me convierta en la primera bachiller estrangulada de la sala. Ni hablar de los celulares, nada que suene, vibre o emita luz es bienvenido aquí, así que recurro a esta forma obsoleta y aprovechando que los récipes ya están habituados a los garabatos, para decirte cuánto te extraño, Ramón. Tú tan serio, tan resoluto, con tu devoción y encanto de impecable galeno, obligas a que mi amor vaya in crescendo hasta rebasarme y abandonarme, dependiente e insensata cual serpiente enrollada a la vara de Esculapio.

Tuve que esconder los bombones que me regalaste el catorce. Ya sabes que el azúcar altera terriblemente la personalidad y no quisiera desatar un episodio psicótico en cadena por causa de un inocente chocolatín. Pues sí, Ramón, no soy tan orgullosa y recogí la caja de la basura después de echarte de mi casa tan desbaratado como la docena de rosas. Perdóname cariño, tu condenada ética otra vez logró sacarme de quicio, tú tan profesional y yo tan incomprensiva que aún sigo molesta porque fuiste incapaz de cambiar la guardia y preferiste ir a dejar el pellejo al hospital a quedarte conmigo, y disfrutar la velada romántica que preparé para el día de los enamorados.
 
Si te he dicho que a menudo me siento desamparada y culpable, me temo que este lugar no mejorará en nada mi situación. Es otro planeta. No puedes mirar a nadie directamente a los ojos y el ambiente pasa de taciturno a monstruoso en un santiamén. Los seres idos visten batas traslúcidas y no llevan ropa interior, qué siniestro… y qué desafortunados son. Un hombre de rodillas asiente con la cabeza mientras su alucinación le profiere mandatos diabólicos, un alcohólico con delírium trémens grita en falsete y una señora obesa se ríe eufórica y estrepitosamente. Con tanto ruido apenas puedo oír las indicaciones del interno.
 
Pero nada tan triste, amor mío, como la chica que ingresó ayer. Su mirada resignada perdió todo brillo bajo el efecto de los neurolépticos. Es una joven hermosa y espigada que lleva el brazo inmovilizado con un cabestrillo y éste a su vez se encuentra atado firmemente a la espalda.  La extremidad no la obedece y si lograra zafarse se iría por encima de su cabeza y la golpearía hasta dejarla sin sentido. Según reporta un familiar, el síndrome de la mano extraña se manifestó cuando ella se sacó del anular un precioso solitario que su novio arrepentido le pidió de vuelta. Mira en lo que puede terminar una pasión mal llevada. No como el sentimiento que tú y yo compartimos, que resiste noblemente, sosegado e invariable. Ya sé, el mérito es todo tuyo pues con inteligencia y buen juicio sabes mantener en calma mi naturaleza un poco histérica y demandante.

En los cuatro años que tengo estudiando medicina, ningún caso me había consternado tanto. Siempre logré abstraerme de las tragedias ajenas, pero aquí, en la emergencia psiquiátrica, me puse a llorar como quien no quiere consuelo, con rabia e impotencia y es que no puedo entender cómo un súbito desequilibrio químico le arrancó de cuajo la razón a esa muchacha, tan absurda y caprichosamente.
Pasé muy mala noche, amanecí con la cara apretada y pegajosa producto de una pesadilla que no puedo recordar; mi fealdad se ha hecho totalmente inmune al maquillaje, por eso te pido un poco de paciencia. De algo estoy segura, la especialidad en psiquiatría queda absolutamente descartada. Si reúnes valor para lidiar con dementes, allá tú. El cansancio me vence, ansío tanto tus besos y arrumacos de amoroso caballero como un sueño profundo y reparador.

Me robaré un par de pastillas cuando Lucía se distraiga. No es la primera vez que lo hago, creo que los verdaderos milagros existen (bien encapsulados) gracias a la industria farmacéutica. Te prometo que el próximo domingo estaré perfecta y radiante sólo para ir a tu encuentro, oliendo a Coco Mademoiselle y usando el vestido primaveral que tanto te gusta.

Me despido, Ramón, porque notarán mi ausencia en la revista matutina. Antes, entraré un momento al baño para devorar el clandestino bombón que conservo oculto en el retrete, un diminuto bocado que me recuerda el delicioso sabor de nuestro idilio. ¡Ah! y no creas que la pésima caligrafía hace parte de mis precoces ínfulas de médico pero forzosamente tengo que escribir con la zurda hasta que me quiten el cabestrillo.
María A.

(Karen Zambrano)

La última carta

Barcelona, 14 de febrero de 2013

Querida Celina:

Esta es la décima carta que te escribo desde que dejé de verte… y, creo, será la última.
No sé por dónde empezar. Reconozco que me siento perturbado y aún lleno de rabia por cómo pasaron las cosas. Espero que mi valor no me abandone en este instante y me lleve a hacer lo de siempre: apagar el computador y olvidarlo todo. La verdad no me importaría. A fin de cuentas, eso es lo que he hecho también todos estos años con esa novela que quiero terminar de escribir. Pero cada vez que intento retomarla me detengo cual estatua en el mismo capítulo: la parte en la que escribo sobre ti, porque tú formas parte de ella.

Supongo te causará risa, pero créeme que es así. La trama está en mi mente de principio a fin, e intuyo que si la plasmo en el papel sería una historia fascinante. Pero tengo temor de experimentar el efecto que causará en mí escribir sobre ti. Relatar tu vida que fue mi vida.

Te imagino en este instante reclamándome: ¿Por qué escribir sobre eso? Es un asunto íntimo que sólo les concierne a nosotros dos. Y la verdad es que llevo todo este tiempo intentando responder esa pregunta, pero al final otra interrogante me invade: ¿Por qué no?  O quizás deba ser honesto y terminar de aceptar que lo haría simplemente porque lo necesito. De todas formas, si decido continuarla, tú serás la primera en saberlo.

Pero ese no es el motivo de mi carta. Es algo más complejo y difícil de manifestar.
Ahora soy yo quien se ríe imaginando tu reacción: ¿Cómo es posible que a un hombre como usted, tan elocuente, profesor universitario, conferencista, cuarto bate y novio de la madrina, le cueste tanto trabajo decir lo que tiene que decir?

Pues sí, así es. Y lo noto en mis dedos sudorosos, en esta involuntaria aceleración de mi corazón y hasta en este vértigo incómodo que invade mi estómago. Pero tú me entiendes, estoy seguro, y sabes que no soy bueno para decir asuntos difíciles de un solo golpe.

Hoy, sin proponérmelo, hablé de ti en tres oportunidades. Me resultó extraño luego de 10 años. Y no es que no hable de ti, lo hago de vez en cuando, pero hacía tiempo que no lo había hecho con tanta frecuencia en un mismo día.

Muy temprano en la oficina te nombré por primera vez. Le explicaba a la gerente sobre mi plan de inversiones que haría este año en mi empresa. Le manifestaba que me llenaba de incertidumbre saber si dichos proyectos serían una decisión acertada según y cómo estaba el país, y de repente dije en voz alta: “Celina siempre me decía que lo que yo soñaba se cumplía y que debía tener un ángel de la guarda a tiempo completo trabajando para mí, así que no debía dudar de mi instinto”. Te confieso que al decir aquello mis dudas se disiparon y seguí adelante con mis planes. Aún extraño la magia que tus palabras de aliento irradiaban sobre mis propósitos, ¡Y vaya que los impulsaban!

La segunda vez que te nombré fue en la tarde, con mi psiquiatra. ¡Ah, bueno, esa es otra historia! Porque no sé si te había dicho que acudo a terapia con una psiquiatra desde hace algún tiempo. Para serte sincero me avergüenza revelártelo. No quiero que pienses que ando un poco loco, pero la verdad es que con ella he explorado un modo diferente de ver las cosas y me siento aliviado cada vez que salgo de su consulta.

No sé por qué me provocó contarle sobre aquella vez que fuimos al cine cuando éramos novios de estudiantes y que al salir nos agarró aquel chaparrón de agua.  ¿Lo recuerdas?, sin vehículo ni un bolívar en el bolsillo, simplemente decidimos caminar abrazados rumbo a casa sin importar que la lluvia mojara nuestros cuerpos. ¡Cómo reímos hasta más no poder durante todo el trayecto! ¿Sabes algo? A veces extraño esa época cargada de carencias, pero llena de sencillez y amor incondicional.
Por último, te nombré en la noche cuando decidí llamar a tu madre… ¡Sí, la llamé! Mantengo mucho contacto con ella. ¿No te lo ha dicho?

Quise pedirle su bendición para lo que estoy a punto de hacer. Cuando se lo dije noté cómo su voz se quebraba, pero tras una breve pausa de silencio me dijo que estaba bien y que era lo mejor para mí. Sus palabras me reconfortaron enormemente.

Luego nos reímos un rato recordando la que fue tu profecía exacta cuando afirmaste antes de abandonarme que yo quedaría después de ti como un “Papagayo sin cola”. Una predicción que se ha cumplido todos estos años, hasta ahora.

Creo que ya supones lo que intento decirte.

Hace 4 años conocí a otra mujer. Ha sido mi ángel desde entonces. Con ella retomé el camino del amor puro que sólo contigo había paladeado, y aunque ha debido llegar a tus oídos que después de ti he vivido muchos idilios locos, esta vez es diferente. En ella encontré el oasis que calmó la sed que tu partida me dejó.

¡Voy a casarme de nuevo! Y no sé explicarlo, pero siento que tu presencia me invade con intensidad por estos días. Cuánto anhelo que me pudieses hablar. ¿Sería posible? Necesito escuchar tu voz. O quizás me puedas visitar un día de estos, y así saber lo que piensas. Es lo único que me faltaría para sentirme completamente en paz. ¿Es pedir un imposible, verdad?

Al principio de esta carta te escribí que creía sería la última. Ahora estoy seguro de ello. Intentaré continuar viviendo esta vida de la mejor manera posible, contigo y sin ti.
Flaca, esta es mi despedida… esa que nunca pude hacer en vida cuando el cáncer poco a poco te arrancaba de mis brazos, esa que mi inconsciente desea gritarte a través de una novela, esa que apenas hoy, 10 años después de tu muerte, tengo el coraje de hacer.

Quizás tú sí intentaste despedirte de mí cuando me pediste que escuchara con atención aquella canción, “No me ames” de Marc Anthony y Jennifer López. Una balada cargada de solicitudes imposibles cuando en verdad se ama. Qué distinta me suena ahora. Mi rabia se alborota cuando la escucho pero pronto se aplaca, no hay opción. No puedo cambiar el destino.

Mi pasión por ti quedó en deuda por la oportunidad que le brindaste al disfrutar de un primer amor inolvidable. Yo te doy las gracias por todo lo vivido. ¿Qué pasará con aquel epitafio?
Tu recuerdo irá siempre dentro de mí y rezaré por ti hasta el final de mis días, mi querida Celina… ¿Nos volveremos a ver?

Juan Carlos

(Juan Carlos Federico Álvarez Sánchez)

Adiós cachazudo e insolente amor de mi vida…

”Los Romeos se demoran y las Julietas se desenamoran”. ( Joaquín Sabina)

Amor de mi vida:

Te escribo estas líneas desde el más profundo guayabo, decepción y desengaño que jamás creí que me harías sentir… Sí, créeme que jamás pensé que me harías sentir así, tú, tan perfecto, educado, comprensivo, cariñoso, detallista, buen amante; me quedaría corta en adjetivos para describir lo maravilloso que eres. Sin embargo, luego de 28 años, unos cuantos fracasos amorosos, consultas con videntes, leer cuanto libro de autoayuda se me atravesó en las librerías; interminables y bien caras -por cierto- sesiones con psicólogos, entre muchos otros artificios de mujer desesperada, he decidido renunciar a ti.

El último año fue particularmente descorazonador para mí en eso de ir a tu encuentro. ¡Si supieras la cantidad de joyitas con las que salí! Te buscaba desesperadamente en cada uno de ellos, algunos se parecían tanto a ti, no puedo negarlo; hubo uno en particular que me cautivó, es que tenía hasta nombre de realeza: Randolph… Cuando lo conocí me dije: “Este mismo es.” Te confieso que de entrada me pareció un tanto pequeño, de verdad nunca te imaginé con lentes, pero a falta de pan buenas son tortas, pensé. Todo iba muy bien hasta que le insinué que buscaba una relación seria, estable y con miras al matrimonio, decirlo y que huyera despavorido fue casi simultáneo; por supuesto que no faltaron los malos calificativos para mí. Le dijo a un amigo en común que yo era una caza maridos y una loca. Después de eso evidentemente no volví a verlo, pasó vertiginosamente de ser el que creí el amor de vida, a convertirse en el tipejo ese.

No obstante, mi búsqueda no se detuvo por haber tropezado con un batracio. Le sucedió a este intento fallido una lista de galanes de arepera: Uno con novia, otro que estaba jugándose un doble play -sin ser pelotero precisamente-, un romance cibernético que terminó con un clic y un último quien no sabía lo que quería y no se quería enamorar. Pero ¿qué estaba pasando? ¿Era esto una vaina echa’, como dicen? ¿Acaso la fábrica que se encarga de producir la mercancía “hombre de la vida de una”, la habían expropiado?, ¿acaso en su lugar habían mandado una manada de farsantes que te hacían creer que lo eran, para después, sin anestesia y de la manera más cruenta, dejarlo a uno con los tequeños fríos para la boda que ya me había armado?

Tras mi mala racha de amores frustrados hice lo que hacen todas las mujeres decepcionadas: Me reuní cada viernes a tomar con mis amigas y a hablar mal de los hombres. Me quejarba hasta el cansancio de que ninguno sirve ¡Es que no hay hombres!, decía, al tiempo que me exorcizaba con los libros de Walter Riso -no sé cuántas veces leí Manual para NO Morir de Amor. Volví a mis sesiones con el psicólogo para encontrar la raíz del problema -mi soledad e imposibilidad de encontrar al amor de mi vida. Como medida extrema y desesperada, tuve que alejarme del Facebook que sólo me recordaba que el tren se me estaba pasando, pues buena parte de mis amigas ya están casadísimas, y yo, más sola que la una y sin pista de dónde hallarte.

Como te dije al principio de esta epístola, me estoy despidiendo de ti, amor de vida; de la idea de conocerte, del sueño que siempre tuve de tener dos muchachitos, una casa grande y un matrimonio de portada de revista “Look Caras”. Renuncio a ti porque no sé dónde estás metido y perdí toda esperanza de encontrarte. Ya mis amigos no tienen más conocidos solteros que presentarme, en mi trabajo los pocos hombres que hay están casados y la verdad ya agoté todos los recursos de los que disponía. No sé si algún día lleguemos a coincidir, tal vez cuando aparezcas esté vieja y enclenque, y prefieras irte con una más joven y que esté “tunning”. Pero no creas tú que por ello me voy a quedar en mi casa rezando, leyendo y tejiendo mientras apareces. Saldré a divertirme para olvidar la pena de no tenerte a mi lado. Quién quita que me consiga mi peor es nada; sobre todo porque eso de vestir santos siempre me ha parecido aburridísimo. A estas alturas no estoy muy exigente, ¡agarrando aunque sea fallo!

En fin, si algún día te da la gana de aparecer y todavía estoy interesada en ti, veremos qué pasa. Por los momentos, me voy a dejar de puritanismos y de estar creyendo en mitos y leyendas urbanas de príncipes azules. Justamente voy saliendo a una rumba de solteros, así que no se te ocurra aparecer ahorita que me voy a soltar el moño. Necesito tiempo y espacio para reconsiderar la posibilidad de volverte a buscar, estás fuera de mi vida por insolente y cachazudo, ¡tú te lo pierdes!

Con profundo y sincero desamor,

La ex-mujer de tu vida.

(Patricia Espinel)
miércoles, 5 de febrero de 2014 | By: Abril

El ombligo del mundo

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Querida Lilith:

Al fin he alzado el vuelo. Adán protestó y se irritó mucho con mi partida, pero en su mirada ya no había amor. Solo posesión. Demasiados años de yugo. Quiero un hombre o una mujer, ¡qué más da!, que cabalgue junto a mí. Demasiado tiempo siendo montura...
En mi maleta tan solo recuerdos. Dejo atrás más de un trillón de hijos que no saben que soy su madre. No sabía adónde ir. ¿Dónde estará el paraíso perdido?
Recuerdo tu voz y cómo me hablabas de ese lugar: el ombligo del mundo. El origen, el fin. Ahora veo esa pupila infinita donde el tiempo se desvanece. Siento los pétalos que arañan mi piel y bebo de ríos de vino dulce. Las moscas bailan tangos con los mosquitos, aunque las mariquitas se decantan por la salsa de los arces. Del cielo llueven sonrisas y el eco de mi voz suena a terciopelo.
Fui a la laguna prohibida y me di unos barros. Se acabó el ser costilla. Me siento una mujer nueva, diferente, única.
Gracias, hermana.
Besos a tus diablillos.

Eva

Dirección:
Lilith Soeur Mysterieuse
Rue du Plaisir, 69
69096 Venus

(1er premio I Concurso Microrrelato Postal, Elena Böhm Rodríguez)

Remembranzas

Centro de Alzheimer “La Esperanza”
A/a Lucio Santos
BCN 08071

Abuelo, ¿recuerdas? Es Valdesantos. Llegué ayer. Es como nos lo describías. Colinas, encinares, calles empedradas... Pregunté por tu casa y me dijeron que nadie vivía en ella, así que me aventuré a entrar por el corral. ¿Sabes? todavía está la higuera de la que hablabas. Luego entré en la panera. Parecía una cápsula del pasado: todo ordenado, el horno impoluto.
Recuerdo de niña, cuando pasabas unos días en casa, tus comentarios sobre cómo amasaba tu madre el pan. Seguramente pensabas que nadie te hacía caso. No era verdad. Sin abandonar mis juegos yo te escuchaba abuelo. Decías que para que un pueblo sea pueblo debe oler a pan.
Confieso que vine a Valdesantos con el propósito de hacer pan, sentir qué es un pueblo. Compré harina, levadura, sal. Cargué el coche de leña. Pero cuando tenía todo preparado (la masa, la leña lista para arder) fui incapaz de hacer fuego.
Tuve que pedir ayuda. Es fácil hacerlo si te enseñan. Me apenó que no fueras tú. No habértelo preguntado entonces…

Tu nieta.

¿Y qué te voy a contar del pan? El pan, abuelo, el pan me ha sabido a pueblo.

(3er premio del I Concurso del Microrrelato Postal,  José Ángel Casas Barrigón)
sábado, 1 de febrero de 2014 | By: Abril

Imaginario real


Imagen

La rueda mágica giraba  sin fin  por el espacio, hasta que un día, por su innata sabiduría se detuvo en una mirada gris, tenue casi apagada.

Esa mirada naciente de un alma cansada, estaba dejando de ser lo que algún día fue.

Tan solitario y gris era ese retrato de lo que ya estaba dejando de ser, que la rueda mágica detuvo su marcha en aquel instante infinito, pero esta vez para traerle luz, vida armonía vientos de cambio rediseñando el ser pleno de aquella mirada inmóvil.

Así te presentaste en mi vida, como un huracán de bellas melodías comenzando a hacer palpitar fuerte el corazón anestesiado, quien no titubeo  en consumir cada instante de esta nueva realidad.

Casi como  un cuento de hadas la varita mágica de la rueda comenzó a rociarme de sus incandescentes estrellas, y todo cambió para siempre.

Cambió el color del amanecer, el  aroma de cada instante, el gris  de las nubes y el presente  se transformo en una realidad soñada.

Así me enamoraste, hiciste despertar cada rincón de mi ser con tus dulces notas  de amor infinito, allí la palabra invencibles comenzó a cobrar valor y en un abrazo intenso de sentimientos puros, esa mirada gris tenue casi apagada, se transformó en un arcoíris de intensos colores.

Que alegría inmensa saber que aquella rueda mágica cuya misión es  no dejar de girar, se detuvo un instante para hacer resurgir una estela cansada que la seguía en su andar.

Un despertar tan intenso en donde el tiempo se vuelve solo un justificativo para poder creer que el brillo de tus ojos tu mirada tierna tu dulce compañía  tu luz incandescente principito,  no terminará con el sol naciente de  la  primer aurora.

La sabiduría de la rueda mágica, no soslayó el amor de aquellas dos almas que andaban vagando por el mundo, y pese a que se encontraban  agobiadas  con la mirada perdida ella sabía, que  conservaban miles de  estrellitas de colores aferradas a sus cuerpos etéreos, dispuestas a soltarlas en el instante mismo en que se encontraran con su otra mitad.

Ese encuentro fue mágico como la rueda, ella feliz de cumplir su misión en su  paseo diario por el espacio sideral y aquellas almas radiantes de haber vuelto a ser lo que un día fueron.

Pero la inmensidad de la rueda mágica, no se conforma con la intensidad del encuentro y el surgir de  colores intensos, sino que un día ella sabe que va a continuar tomando de la mano a nuevos seres, quizás nacientes de aquellas dos almas, para que la estela de colores siga brillando sin fin  y  que todo lo gris que encuentre a su paso se transforme en nuevos soles.

La rueda mágica sigue girando, ahora mismo lo está haciendo y en cada paso deja su aroma, sus destellos dorados de inmenso amor. El recorrido quien puede saberlo, de lo que si hay certeza es que  jamás dejara de girar ni de detenerse en todo lo disonante con su estela de luz.

A los nacientes enamorados la rueda mágica quiere decirles que ya llega el momento, sólo hay que esperar y confiar en su sabiduría eterna, un nuevo despertar tocará a su puerta cuando menos lo esperen y no podrán creer que aquello que pensaban  un sueño es una suave, bella y amorosa  realidad, sólo déjense envolver por  ese aroma a rosas tan sublime que los hará dudar de  estar despiertos. Pero les adelanto un secreto que me susurro un día la mágica rueda……. a ese particular sueño…. Lo llaman DULCE REALIDAD SOÑADA.


(Mara Vignola)