lunes, 28 de agosto de 2017 | By: Abril

Helados que tapan vacíos

 
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Me parece mentira estar aquí sentada dedicándote de nuevo mi tiempo y mis palabras, a pesar de que todo quedó claro entre nosotros tras la despedida de un martes cualquiera.

Recuerdo aquel día: un 17 de octubre. Era una tarde preciosa de otoño. Acordamos que debíamos estar a la altura de las circunstancias. Fuimos demasiado civilizados cuando consensuamos un pacto verbal de no agresión. Nada de lágrimas, nada de reproches y el intercambio obsceno de frases elogiando al otro, como quien hace un homenaje a alguien que se ha muerto o está a punto de hacerlo…nuestro amor estaba moribundo.

Todo el dolor contenido lo guardé en el lado oscuro de mi corazón y allí permanece sellado en una tinaja de bronce para que no se me desboque y me arrastre a buscarte de nuevo.
Pero…me engaño: no puedo respirar o no quiero hacerlo sabiendo que ya no te veré, que ya no estás… ¡Qué dolor!. Justo, en el momento en que rompimos empecé a quererte como nunca antes lo había hecho. Como en aquella película de Isabel Coixet donde el novio deja a la chica por teléfono, desde el ángulo opuesto del mundo porque se ha enamorado de otra y ella graba aquel vídeo en una escena sublime de dramatismo puro, con esas frases tan arrebatadas que le dedica y a la que yo tantas veces hacía referencia:

“Qué difícil…Pero me parece que aún es más difícil quedármelo para mí sola. Supongo que por eso lo hago.

…Tú siempre me preguntabas en qué momento había empezado a quererte. Empecé a quererte exactamente cuando me llamaste para decir que me dejabas. De hecho fue en ese preciso momento cuando olvidé el amor que sentía antes, me olvidé de la ternura y del sexo, de tu lengua, me di cuenta de que lo que había sentido antes no era más que el simple reflejo de lo que era el amor. Descubrí que no te había querido nunca.

De repente pensé en aquella torturaba que practicaban en Francia. ¿Sabes qué hacían? Ataban las extremidades de una persona a cuatro caballos y los azuzaban en direcciones diferentes. Pues así es cómo me sentí. Así es cómo me siento. Ahora ya sé lo que es amar. Te amo con esa clase de amor que había rezado por sentir cuando era una adolescente y que ahora rezo por no volver a sentir nunca más.”

Visualizo una y mil veces la escena y empiezo a verme reflejada en el personaje de Lili Taylor, llorando y buscando desesperadamente un helado que se ha agotado para llenar el vacío que siente y que refleja el abandono y el dolor más absoluto que provoca éste.

El primer chico con el que me sentí así, y fue también cuando me dejó, vino conmigo días antes de la ruptura a ver esta película al cine. No le gustó. A mí me encantó y con ella empezó mi devoción por el cine de Coixet. Días más tarde, el papel de Ann lo estaba haciendo yo en la vida real. Esa fue la primera vez que sentí eso que llamamos amor verdadero.Con los años vinieron otros tantos y por último tú.
...Ha pasado el tiempo, esa película tiene ya veinte años, pero yo sigo siendo Ann y tú ahora eres Don, y siento un hueco enorme en el centro del estómago y - ¡maldita sea!- la dependienta me acaba de decir que se le ha agotado el helado de chocolate.
(N.R.H.)